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REPULSA
Empieza a ser costumbre cada vez que sobreviene una catástrofe. La práctica se cumple idéntica ante un accidente brutal, un crimen machista, una inundación devastadora o un incendio forestal que se lleva varias personas por delante. Entonces las autoridades de cualquier nivel, desde ayuntamientos hasta gobiernos, se reúnen en pleno extraordinario y convocan actos de duelo y manifestaciones de repulsa. Una palabra, «repulsa» que se diría reservada para estas ocasiones. Aunque es sinónimo de protesta y de condena, sus usuarios tienden a darle un contenido más blando, como de rechazo estético con unos ligeros toques morales. Por eso en los comunicados oficiales tiende a aparecer en compañía del adjetivo «enérgica» para no quedarse corta. Eso es, enérgica repulsa.
Pero no es sólo cuestión de léxico. Las concentraciones de luto, dolor o repulsa promovidas por el Poder son demasiado ambiguas para pasarlas por alto. Miradas por el lado bueno, revelan una actitud compasiva de quienes mandan hacia quienes sufren, esa especie de solidaridad testimonial tan reconfortante a veces para las víctimas del desastre de turno. Estamos con vosotros, no os damos la espalda, os acompañamos en la pesadumbre, dicen las caras compungidas de quienes a las doce del mediodía abandonan sus despachos y bajan a la calle para guardar unos minutos de silencio.
Sin embargo muchos de esos condolientes manejan los hilos del tinglado que ha funcionado mal. De ellos dependen los servicios de transporte que llevaban años averiados sin que nadie atendiese a las denuncias ciudadanas. Dirigen fuerzas de seguridad que quizá no han hecho todo lo que debían para vigilar al asesino de mujeres. Firmaron las adjudicaciones de obras del túnel que se vino abajo. La repulsa sirve a veces de tapadera de la responsabilidad mal asumida.
En Valencia han muerto cuarenta y dos personas por el descarrilamiento de un convoy de metro. Todos los altos cargos regionales y municipales relacionados con el sector se han deshecho en pésames y expresiones de sentimiento. Se agradece. Pero en las películas de acción el policía recto no se entretiene en dar ánimos al atracado, sino que sale disparado en persecución del atracador. O entrega la placa a sus superiores. Quiero decir que todo ese tiempo invertido por las autoridades en halagar a las víctimas tal vez podía ser invertido mejor en mantenerse al pie del cañón en sus despachos dirigiendo investigaciones, dictando informes o tomando medidas de reparación. Va en su sueldo. Los nuevos usos de la política emocional han descubierto el mejor ardid en caso de catástrofe para salir de rositas en vez de rendir cuentas de lo sucedido: camuflarse en el séquito fúnebre como uno más de los damnificados.
Publicado en El Correo, 8.7.06, y en El Norte de Castilla, 9.7.06.
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2006-07-09 12:33 | 3 Comentarios
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Comentarios
1
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De: CCG |
Fecha: 2006-07-10 17:01 |
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Parece que los treinta años largos transcurridos desde la muerte de Franco no han servido para que los políticos asuman que cuando se cometen errores hay que cargar con la responsabilidad sin escurrir el bulto. Estamos hartos de que la culpa en un accidente sea siempre del piloto del avión, el maquinista del tren o el conductor de camión, que casualmente suelen haber muerto en el mismo. Nunca hay un problema de asfaltado o peralte en la carretera, nunca se detecta que el avión no hubiese pasado las revisiones o que los equipos del control aéreo fueran insuficientes o su personal estuviese sometido a un horario infernal, o que la vía del metro tuviera defectos de construcción y mantenimiento, o el sistema de frenado fuese viejo e ineficaz, o...
Reconocer eso sería tanto como asumir que no se destinó el dinero preciso para esas infraestructuras (mientras no se escatimaba para otras cosas menos necesarias pero más vistosas a efectos de salir en la tele y captar votos), o la atención constante a su cuidado. En este país nadie dimite nunca por nada, ni siquiera aunque se anuncie que se va a hacer si no se logran unos objetivos. Puede parecer una frivolidad cuando se habla de esto, pero me parece muy sintomático lo sucedido con el seleccionador nacional de fútbol. Dijo que se iría si España no llegaba a semifinales. ¿Llegó? No. ¿Se ha ido? No. Si eso sucede con alguien que no tendría demasiada dificultad en hallar equipo que entrenar (al margen de que, por su edad y el dinero ganado en todos estos años, tampoco le pasaría nada por jubilarse), cabe pensar qué no sucede con políticos profesionales que se enfrentan a la difícil situación de que si dimiten puede que no vuelvan a tener un puesto semejante nunca. En ese caso, la táctica es siempre la misma: desviar la atención, no aceptar responsabilidad alguna y mostrar su 'repulsa' por lo sucedido. Y mañana, de nuevo al despacho, como si no hubiese pasado nada.
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2
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De: Anónimo |
Fecha: 2006-07-10 21:40 |
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Se actúa como si el objetivo fueran las encuestas de popularidad y no las políticas activas y adecuadas. Los gobernantes se manifiestan junto al pueblo, el Papa sonríe y le pide cuentas a Dios, el seleccionador de fútbol se gana a la prensa en vez de ganar los partidos, y todos tan contentos. Si el truco funciona, ¿por qué van a cambiarlo?
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3
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Muy certeramente escrito, y comentado. Por eso a mí me resultan un tanto repulsivas las manifestaciones de repulsa organizadas desde el Gobierno. Una buena manifestación es siempre contra el gobierno.
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