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{ Bitácora de José María Romera. Artículos de prensa y otros escritos }

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    MINEROS



    En la eterna disputa sobre la dureza de los oficios, el de minero siempre lleva las de ganar. O las de perder, según se mire. Quiero decir que nadie discute las penalidades y los malos tragos de esas gentes asediadas por la silicosis, el grisú y las amenazas de derrumbamiento. Alguien que cada día se sumerge en las entrañas de la tierra y sale de ella diez horas después sudoroso y con la cara tiznada impone mucho respeto, aunque sólo sea porque lo imaginamos en el filo de todos los riesgos, jugando al escondite con la sepultura. Las movilizaciones mineras causaban en otro tiempo un efecto decisivo en las revoluciones porque se las suponía encabezadas por tipos bragados, investidos de esa especial autoridad que otorgan las cicatrices. Hoy la lucha de los mineros ya no se entabla contra los túneles o la enfermedad, sino contra el cierre de yacimientos. El progreso ha dejado inservibles materias primas que antes fueron de primera necesidad, y los trabajadores se limitan a manifestarse para arrancar una prórroga a lo inexorable y conseguir una digna jubilación anticipada. La épica de la mina ya no es lo que era. Y tampoco el orgullo del picador o del barrenero al que nada le espanta, como cantaba Antonio Molina. Las huelgas de estos días no presentan a unos trabajadores altivos llamando a la lucha de clases, sino a unos pobres desdichados cuya máxima aspiración se centra en seguir ordeñando la vaca de los subsidios a sabiendas de que dependen de un sector de producción ruinoso. Uno se pregunta si los sucesivos gobiernos de los últimos años habrían destinado tanto dinero como a la minería deficitaria si el problema se hubiera presentado en otro sector productivo. Seguramente no. Si lo han hecho es por dos motivos. El primero, la mala conciencia de quienes, conociendo las previsiones de futuro y sabiendo que debían tomar medidas de reconversión y de búsqueda de alternativas, han permanecido de brazos cruzados esperando que el tiempo fuera haciendo el trabajo sucio. El segundo, el exceso de confianza de los mineros en su propia imagen luchadora e indomable, con la que confiaban en resistir todos los embates. Hoy el minero es un patético personaje de película que ahoga sus penas en la cerveza de un pub inglés, como en Tocando el viento, o peregrina de Asturias a La Zarzuela –igual que Resines en Pídele cuentas al Rey- como si de esa forma fueran a ablandar el corazón carbonizado del progreso. Cuando los vemos encapuchados y prendiendo fuego a neumáticos en la carretera bajo los pelotazos de la Guardia Civil nos inspiran lástima y tal vez simpatía. Pero sólo eso.

    Publicado en Diario de Navarra, 5.11.05
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    2005-11-05 18:09 | 0 Comentarios


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