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EL HÉROE
Un hecho de estos días nos ha recordado la figura del héroe. Los tribunales están juzgando a unos etarras que fueron capturados al poco de cometer su crimen gracias a que un ciudadano anónimo con tanta conciencia como sangre fría les persiguió en su todoterreno mientras iba informando del itinerario a la policía a través del teléfono. Fue una buena acción, sin duda. Creo recordar que el valiente ciudadano escribió una carta a los periódicos para decir dos cosas: que lo suyo no tenía mérito alguno y que hicieran el favor de no investigar su identidad para así evitarle unas consecuencias poco gratas. Esto ocurrió hace cuatro años, pero fue un hecho memorable. Casi un hecho de película, al menos tal como nos fue narrado con insistencia: el coche manteniendo una cauta distancia, el conductor que corta la comunicación porque cree haber sido descubierto, falsa alarma, ahora giro a la derecha, luego a la izquierda, de nuevo parece que le han visto, ellos se apean de su vehículo y entonces él les persigue a pie, y así una secuencia de varios minutos. Los tipos aquellos habían hecho estallar una bomba que hirió a 97 personas. No les hubiera importado gran cosa llevarse por delante a otra, de modo que la acción de este resuelto ciudadano exigía bastante más coraje que una simple llamada telefónica delatora o que un testimonio de transeúnte en la zona acordonada. Sin duda la suya fue una acción heroica, y es bueno recordarlo ahora con motivo del juicio a los terroristas. Pero la casualidad me ha cruzado también hace muy poco con otra clase de héroe. Habíamos quedado para hablar de un asunto profesional. Él llegó puntual a la cita junto con otro hombre que le acompañó discretamente hasta la puerta, y un tercero que se quedó al volante del coche. Mi interlocutor era una más entre los cientos, quizá miles, de personas que deben ir acompañados de escolta a todas las horas del día porque en su momento decidieron plantar cara al crimen desde las tribunas políticas, en las aulas, en la prensa o en los foros de ideas. Su actividad, de puro rutinaria, carece de épica novelesca y hasta se diría que, acostumbrados como están a andar custodiados, ni siquiera ellos se sienten protagonistas de ninguna proeza. No hacen aspavientos, se mueven como ustedes y yo, caminan por las mismas aceras, y ven las mismas series en la televisión. Tal vez la mayoría de ellos no se habría atrevido a perseguir a los terroristas porque su valor está hecho de otra materia distinta a la del aguerrido ciudadano del todoterreno. Pero mientras mi interlocutor y yo hablábamos de asuntos estrictamente ajenos a la política, al terrorismo y a la violencia, tuve la sensación de estar frente a un personaje de gesta.
Publicado en El Correo, 16.10.05, y El Norte de Castilla, 18.10.05
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2005-10-17 18:39 | 0 Comentarios
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