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LA CASA DEL POETA
A nadie que se acercara a la casa del poeta con buenas intenciones se le cerraba la puerta. En el número 3 de la calle Velintonia, donde Federico García Lorca había leído por vez primera sus «Sonetos del amor oscuro», donde habían retumbado las bombas en el asedio a Madrid durante la guerra civil, donde un día de octubre de 1977 sonaba el teléfono y al otro lado una voz lejana comunicaba al inquilino que le había sido concedido el premio Nobel, siempre había sitio para los escritores. Vicente Aleixandre ejercía de anfitrión unas veces jubiloso, otras paciente, pero nunca con una mala palabra en la boca. Uno de sus más asiduos visitantes, el poeta y crítico José Luis Cano, fue tomando acta de las visitas durante cierto tiempo. Misericordioso, Cano omitió los desencuentros –pocos- y las comidillas maliciosas –más frecuentes pero, qué quieren, es costumbre entre poetas-. Los cuadernos de Cano vienen a constatar que una parte nada despreciable de la historia de la literatura española del siglo XX transcurrió entre las paredes de esa casa.
A Aleixandre no le gustaba la vida social. O quizá sí, pero aborrecía los lugares públicos, la calle hostil, la parda sociedad del franquismo. Por eso hizo de su casa de Velintonia –no Wellingtonia: él mismo castellanizó el nombre oficial para quitarle pompa, para que nadie lo confundiera con un palacio burgués- una especie de santuario donde la amistad y la palabra siempre estaban a salvo. Había llegado a la casa en 1927, el año fundacional de su generación, al lado de sus padres y de su hermana Concha. A partir de entonces todos ellos mantuvieron una extraña fidelidad al edificio, del que no consintieron que los desterrasen ni la enfermedad –compañera obstinada del autor de
La destrucción o el amor-, ni la guerra ni el deterioro material.
Esa casa se encuentra ahora en un estado deplorable. Abandonada por los herederos, pero olvidada también de las autoridades que no han hecho nada por adquirirla, está al borde de la ruina. Su estructura aún se mantiene, igual que lo hace el cedro plantado por el poeta en aquel jardín donde ahora crecen las malas hierbas y donde antaño jugueteaba Miguel Hernández, el «hermano menor» de Aleixandre. Pero también sobreviven entre sus restos los ecos de incontables voces –desde Cernuda hasta Hierro, desde Guillén hasta Celaya- que allí, con la sierra de Guadarrama al fondo, residieron y compartieron tanto tiempo para beneficio de nuestra poesía.
Quizá el destino de la casa de Velintonia no debiera ser una «casa del artista» al uso, de esas donde se rinde un culto entre fetichista y religioso al fantasma de alguna celebridad pretérita. Venerar la palangana donde un pintor hacía sus abluciones matinales o simular gestos de admiración ante la cama del célebre tenor son costumbres algo ridículas que sonrojarían a los supuestos homenajeados. Pero la casa de Aleixandre, por la que ahora –por enésima vez- se han vuelto a movilizar sus amigos y sus admiradores bien podría convertirse en el museo del exilio interior, como alguien ha propuesto. El monumento a la memoria de quienes, durante la larga noche de la postguerra, supieron iluminar con el arte y la palabra la honda oscuridad de un país maltrecho. Los tejados aún no se han venido abajo y las paredes, aunque muy castigadas, siguen en pie. Quizá de aquí a unos meses ya sea tarde.
Publicado en 'Torre de viento' del Diario de Navarra, 4.10.06
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2006-10-11 18:01 | 12 Comentarios
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Comentarios
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De: CCG |
Fecha: 2006-10-17 21:25 |
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Durante cuatro años, aún vivo el poeta, residí a unos pocos metros de esa casa. Hace mucho que no paso por allí, pero lamento ese pésimo estado, ese abandono que tan habitual resulta en nuestro país con tantas cosas (sobre todo con las que no dan votos).
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De: CCG |
Fecha: 2006-10-17 21:27 |
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Durante cuatro años, vivo aún el poeta, residía a pocos metros de esa casa. Hace mucho que no paso por allí, pero lamento su abandono, algo tan típico en este país con las cosas que no dan votos.
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Creo que era de usted el artículo que leí en el que se decía que un universitario de hoy maneja un vocabulario de 3000, mientras que el de un analfabeto de hace 50 años constaba de 6000.
Me gustaría encontrar ese artículo.
Saludos.
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