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ADONIS
Si se cumple la tradición, esta semana se decidirá el premio Nobel de Literatura. Hay quien dice que toca dárselo a un conservador –o al menos a un liberal como Vargas Llosa-, tras la controvertida elección de la rebelde
Elfriede Jelinek el año pasado. Otros apuestan por los clásicos del último decenio, los que siempre quedan eliminados a última hora:
Cees Nooteboom,
Norman Mailer, el pobre
Tomas Tranströmer -que lleva años pagando el inconveniente de haber nacido sueco-,
Amos Oz,
Margaret Atwood,
Lobo Antunes. Yo no sabría qué decirles. Los jurados que otorgan el premio de Literatura son casi tan desconcertantes como los que deciden el de la Paz. Cuando parece que van a guiarse por motivos conveniencia política, se inclinan por un incorrecto que viene a desmentirlo. Basta que las apuestas den por favorito a un africano para que el escogido acabe siendo un europeo, y si se habla de un poeta van y eligen a un dramaturgo. Creo que en realidad este baile de conjeturas y previsiones carece del menor fundamento y nadie, ni siquiera los miembros del jurado, tiene la menor idea de la dirección que tomará finalmente el humo de la chimenea. Al fin y a la postre no tiene tanta importancia. El Nobel ya no es lo que era; y no lo digo por sus errores, menos clamorosos que los de otros premios sonados, por no hablar de algunas promociones editoriales que catapultan a la fama a escritores sin ninguna entidad. Si el Nobel ha perdido gran parte de su antiguo peso en las Letras es porque ya no contribuye a crear un canon, a orientar el gusto, ni siquiera a aumentar de forma notable las ventas de títulos de un autor determinado. ¿Quién entre nosotros lee ahora a
Imre Kertész, a
V. S. Naipaul, a
Toni Morrison? Afortunadamente, una cosa sí ha venido a enseñarnos: que la Literatura es un territorio inmenso, en cualquiera de cuyos rincones florece el arte de contar historias y de hacer versos. Lo que queda de su antiguo esplendor es el juego de la espera, algo que según dicen comienza cada año con los primeros deshielos de la primavera. Es entonces cuando son repartidos en secreto los libros de los seleccionados para que el tribunal los lea en verano y llegue al incipiente otoño, o sea, a estas fechas, con el criterio formado. ¿Será
Philip Roth? ¿o
Assia Djebar? ¿o tal vez
Riszard Kapuscinski? Cualquiera de ellos luciría el premio con toda dignidad. Pero, puestos a dar nombres, permítanme inclinarme por
Adonis. Quizá lo conozcan. Su nombre verdadero es Alí Ahmad Said Esber, y en su
poesía suena una de las voces más sabias que uno haya oído últimamente. En pocos días saldremos de dudas.
Publicado en Diario de Navarra, 8.10.05
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2005-10-08 20:23 | 5 Comentarios
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Comentarios
1
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De: leon |
Fecha: 2005-10-10 17:54 |
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debería ganar el maestro Zimmy de una vez.
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2
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De: Delfín |
Fecha: 2005-10-10 18:32 |
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Debería haber un Nobel para cantautores. De ser así, totalmente de acuerdo.
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3
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De: Anónimo |
Fecha: 2005-10-10 20:05 |
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Un cordial saludo... y felicitaciones.
Norberto
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4
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De: César Coca |
Fecha: 2005-10-17 12:50 |
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Un comentario que llega tarde, pero no quería dejar de hacerlo. Al final, el Nobel se fue para alguien que no estaba en las quinielas, con una obra que no a todo el mundo parece gustar en exceso. Pero el problema quizá esté en los premios, cómo están concebidos. Lo que ha sucedido este fin de semana con el Planeta me parece un ejemplo. Bueno será si supone un replanteamiento general de todo,sin tener que pensar en la proyección del premiado, en cuotas, en géneros y demás.
Un saludo
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