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EL BOLÍGRAFO
No sé qué pensaríamos en el hipotético caso de que una alta personalidad pública reaccionara a las preguntas de una reportera metiéndole con la mejor de sus sonrisas un bolígrafo por el escote. Es una situación imaginaria, por supuesto. Ya sé que ni en sus delirios más descabellados ninguno de nuestros cargos políticos actuales o pretéritos sería capaz de incurrir en una grosería semejante. Pero hay que estar preparados para cualquier eventualidad. Últimamente a algunos primeros espadas de la fiesta les ha dado por caminar al borde del abismo. Cuando no toman el nombre de los muertos en vano, dan pábulo a subproductos del periodismo amarillo donde se insinúan tramas rocambolescas, o lanzan al ataque a sus kamikazes para minar las defensas del adversario con cualquier clase de armamento, desde la zancadilla rastrera hasta el infundio de destrucción masiva. En este animado clima de concordia intervienen también algunos significados alféreces de la opinión escrita o audiovisual que ponen lo mejor de su parte para que la atmósfera alcance el conveniente hedor. Un circo que se precie debe oler a estiércol. Políticos y periodistas, entremezclados en los frentes opuestos, ya han protagonizado varias refriegas sonadas. No sé qué parte de responsabilidad alcanza en todo esto a los entrevistadores del género tocapelotas, aunque supongo que son más efecto que causa del deterioro reinante. El genio del Gran Wyoming inspiró una fórmula atrevida y algo impertinente de reporterismo cómico. Los más avispados de los políticos se percataron enseguida de que, en vez de ponerse a la defensiva, les convenía aguzar el ingenio y seguir la corriente a aquellos chicos de negro un poco gamberros pero en el fondo bastante sensibles al halago de un corte chistoso. Otros, en cambio, tomaron la dirección opuesta. Quizá la providencia no les había concedido el don del humor. El caso es que lo que pudo haber sido una zona de idilio entre prensa y poder fue cargándose de agria tensión. De un lado, políticos suspicaces, ceñudos y poco adiestrados para encajar golpes. Del otro, hombres y mujeres de gatillo fácil dispuestos a disparar con el micrófono sin contemplaciones y por la brava. Pero al fin y al cabo estos últimos cumplían la obligación profesional de preguntar. El salto cualitativo se produjo el día en que Federico Trillo arrojó una moneda de euro a una redactora de periódico que cubría cierta rueda de prensa. A partir de ese momento los políticos sosos, los amargados y los chulos se envalentonaron y empezaron a reaccionar de malas maneras. Lo del bolígrafo en el escote es pura fantasía, desde luego. Nunca ocurrirá en nuestro país porque somos unos caballeros. Pero un poco de cordura no vendría mal, por si acaso.
Publicado en El Correo, 21.10.06, y El Norte de Castilla, 22.10.06
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2006-10-25 13:00 | 7 Comentarios
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Comentarios
1
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De: Bambo |
Fecha: 2006-10-25 15:14 |
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Tienes razón: en este país es imposible que un político digno de llamarse así, esto es, político, cometa semejante "desliz"... Ahora, que lo llegase a realizar un personaje indigno, grosero, machista, maleducado y prepotente no me parece tan difícil.
Los reporteros dicharacheros -por llamarlos de alguna forma- puede que no tengan gracia -la mayoría de las veces-, pero saben qué preguntar: eso es lo que duele, que son directos y no se andan con paños calientes.
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Fantástico: "Lo del bolígrafo en el escote es pura fantasía, desde luego". Qué bueno.
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De: Mariano |
Fecha: 2006-10-31 23:22 |
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Hola José María: Cuelga la columna de esta mañana sobre tu tocayo Iribarren, que es magnífica
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Thanks for taking this opportunity to discuss this, I feel fervently about this and I like learning about this subject.
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