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DESEMBARCO
Se ha podido ver por la televisión la llegada a las costas de Tiro de las tropas españolas destinadas al Líbano. Dicho así, alguien podrá pensar en algo semejante al desembarco en Normandía, con las playas sembradas de minas y alambre de espino, o en escenas más o menos agitadas de filmes bélicos que relatan otras invasiones. No es eso. Lo que mostraba la pantalla eran unos vehículos anfibios llegando a la orilla, pero que en vez de ser recibidos por la artillería enemiga se encontraban con grupos de bañistas en taparrabos y bikini que les daban la bienvenida agitando una bandera rojigualda. O que permanecían indiferentes sentados en sus toallas como aquellos que retrató Bauluz a pocos metros del cadáver de un inmigrante vomitado por las olas. A pesar del fuerte contraste, la escena resultaba sin duda consoladora, en especial para las familias de los militares. De momento saben que los suyos han llegado bien y que ni han tenido que pegar un solo tiro ni lo han recibido, que es mejor noticia todavía. Sin embargo la impresión puede resultar engañosa. En la guerra y el terrorismo modernos, el frente de batalla aparece donde menos se espera y nada garantiza que al lado de una fiambrera con tortilla de patatas no haya otra cargada de explosivos con capacidad para hacer saltar por los aires a todo un regimiento. Ni siquiera la presencia de civiles ociosos es signo seguro de tranquilidad. El hecho de que los carros blindados se hayan posado en la arena como si fueran motos acuáticas de recreo no reduce ni un ápice las probabilidades de que en cualquier momento estos mismos soldados caigan en una emboscada de Hezbolá. La escena filmada y transmitida por emisoras de todo el globo tiene, pues, otra finalidad. Esa pintoresca combinación de tiendas de campaña y chiringuitos, de sombrillas y fusiles de asalto, atiende a la necesidad de convertir cualquier acontecimiento en algo llamativo, incluso circense si fuera preciso. Su mensaje está más ligado al espectáculo que a la reflexión política. No sería disparatado suponer que la forma y el decorado del desembarco han sido decisión de un director de escena y no de un mando militar. Éste habría recomendado el sigilo, la nocturnidad y el secreto. El realizador televisivo, en cambio, siempre preferirá la plena luz, las muchedumbres, la transparencia. Pero, sobre todo, presentará a los soldados con el perfil de aquellos simpáticos vigilantes de la playa que confraternizaban con los veraneantes e imponían su autoridad con la mejor de sus sonrisas, en vez de incurrir en la imagen del militar rudo y autoritario. Desde aquí el desembarco se ha visto como una bonita operación llamada al éxito. Lástima que los potenciales beligerantes no piensen lo mismo.
Publicado en El Correo, 16.9.09
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2006-09-16 14:59 | 1 Comentarios
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