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LAS CARTAS
Verba volant, scripta manent, decían los clásicos. Las palabras vuelan pero los escritos permanecen. Aunque no siempre. Hay escritos fantasmales como esos supuestamente enviados por los terroristas a algunos empresarios, y digo fantasmales porque mientras unos insisten en su existencia, para otros son una ilusión de los sentidos o una maniobra de intenciones oscuras, tan oscuras que escapan al entendimiento del estratega más avezado. ¿Quién va a inventarse una cosa así? ¿Acaso puede obtenerse algún beneficio por el hecho de ser
extorsionado?
Todo esto empieza a adquirir un aire de juego de magia, de acto de prestidigitación, aunque las cartas no sean naipes sino epístolas escritas negro sobre blanco. Y estas recibidas por los empresarios no parecen ser de las que asoman y se esfuman por entre las manos del ilusionista. Son escritos en los que unos terroristas, organizados o no, reclaman el pago de respetables sumas de dinero. Cuando al mago actúa ante su público, lo que pide del respetable es un poco de fe para que el truco emprenda su vuelo por el territorio de la fantasía y cierre su círculo prodigioso en medio del asombro general. También el embrollo de las cartas de extorsión parece haberse convertido en una cuestión de fe: o crees o no crees. No sólo eso. Como en los números de circo, hay una vuelta de tuerca, un más difícil todavía. Quien cree en las cartas debe mostrarse también crítico frente a lo que se ha dado en llamar «proceso de paz», justo en el polo opuesto al que las niega, quien a su vez aplaude a rabiar a todos los «agentes» de ese proceso.
¿Que de vez en cuando el cartero da una sorpresa desagradable? Pequeños accidentes, lo normal en estas situaciones. Pero se da la circunstancia de que el gobierno manifestó solemnemente ante el parlamento que no emprendería ninguna clase de conversaciones con los terroristas o sus afines mientras perduraran los actos de violencia. Y es aquí donde la prestidigitación conceptual alcanza magnitudes de virguería, pues se discute si el atraco vía postal constituye un acto violento o se queda en una leve sacudida episódica. Ya que no tenemos conocimiento de todo cuanto acontece entre bambalinas, al menos sería recomendable una cierta unanimidad en el reconocimiento de los hechos y en la calificación de éstos. No es el momento de los ilusionistas, sino de los políticos eficientes. No asistimos a un número de circo –y mucho menos a una ceremonia litúrgica de exaltación de la fe-, sino a un complicado negocio donde no encajan ni los pícaros ni los pescadores en aguas revueltas. Es decir, a uno de esos delicados asuntos en que, como también decían los antiguos, hay que poner las cartas boca arriba.
Publicado en El Correo, 29.7.06, y El Norte de Castilla, 30.7.06
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2006-08-03 10:13 | 3 Comentarios
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Comentarios
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De: Rigel |
Fecha: 2006-08-03 18:25 |
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"Todo esto empieza a adquirir un aire de juego de magia...", dice usted. Y tengo que disentir.
En mi opinión no "empieza"; hace mucho tiempo que empezó y por los "buenismos" de unos, las rivalidades políticas de otros y las creencias de los "creyentes" lleva trazas de no acabar nunca y de cerrar en falso algo que teníamos al alcance de la mano cerrar en firme.
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