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HIENAS
La captura del 'capo' Bernardo Provenzano en Sicilia tras décadas de busca infructuosa seguramente supone un gran éxito policial y judicial, pero desde el punto de vista estético ha sido decepcionante. En primer lugar, por la vulgaridad de la pista seguida hasta dar con el prófugo: una tartera de comida preparada por su mujer, como si se tratara de un bracero destripaterrones y no de uno de los hombres más poderosos de Italia. La policía llegó tirando de ese hilo hasta un escenario diametralmente opuesto a las fastuosas estancias que albergan a los mafiosos en las películas de Ford Coppola. Esta ausencia total de lujos, este gris borroso de las fotografías, esta ordinariez rural de la pocilga donde se escondía Provenzano causan el efecto positivo de desmitificar el Mal. A la vista de tanta mugre pocos chavales sicilianos habrá que a partir de ahora sueñen con ascender a la cúpula de la Cosa Nostra; preferirán aspirar a cosas más distinguidas como ser el ariete del Palermo o ganar el festival de San Remo. Hemos asistido en estas fechas a algunas cacerías de maleantes distinguidos que parecen tener en común el elemento de la ramplonería. Unos exhibían en el cuarto de baño pinturas de firmas célebres, y esos cuadros tal vez eran burdas copias de los originales. Otros, como Provenzano, llevaban una vida tan arrastrada y polvorienta como la de un robagallinas. Lo que no se explica la gente es por qué disponiendo de tamañas fortunas no disfrutaban más de ellas. Parece un interrogante lógico, pero no lo es porque parte de la equivocada premisa según la cual el poder es un medio para alcanzar la riqueza y con ella toda suerte de placeres y comodidades. Eso era antes. He conocido alguna persona de éstas que han amasado más dinero del que nunca podrían gastar y que, sin embargo, carecen de la menor aptitud para la vida regalada. En su escala de valores el poder, el dominio y la influencia cotizan infinitamente más que las propiedades en sí mismas. Como hacía decir Lampedusa al cacique aristócrata de 'El Gatopardo', «detrás de nosotros vendrán las hienas y los chacales». Estos depredadores de la escala animal más baja no traman sus fechorías entre tapices palaciegos, sino ante unas fichas de dominó y bajo la sombra de las boinas. Estos animales de bellota forrados de pasta no dan las órdenes de asesinar desde la emisora de un yate, sino a la puerta de un corral donde huele a cabra. Tal vez por eso son tan duros de pelar. Han descubierto que, entre las debilidades humanas, tal vez la mayor de todas es la de dominar al prójimo y que al lado de ellas palidecen todas las tentaciones de la codicia, la lujuria, la gula y demás pecadillos de burgueses decadentes.
Publicado en El Correo, 16.4.06, y El Norte de Castilla, 19.4.06.
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2006-04-18 17:49 | 1 Comentarios
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