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IMITACIÓN
No digo que el asunto carezca de importancia, pero no puedo evitar verlo como uno más de los muchos que nos vienen impuestos por los fabricantes de noticias. Presten atención a esto, nos dicen. Alármense por esto otro. No se pierdan lo que viene ahora, que es dramático, tremendo, espeluznante: un presagio del apocalipsis. Me refiero a las agresiones grabadas por muchachos en sus teléfonos móviles, que un día sí y otro también nos son servidas en los noticiarios a modo de aperitivo. Desde luego, habría que estar algo roto de cabeza para aprobar estas fechorías o ser indulgentes con quienes las cometen. Ahora bien, de vez en cuando conviene poner cada cosa en su lugar. Ni los adolescentes en general son unos desalmados ni los institutos y sus aledaños un laboratorio de atrocidades. En cualquier caso, no mucho más que en otros tiempos. Recuerdo no sin bochorno los juegos de escuela de nuestra infancia en que las collejas, las patadas en la espinilla y los cates en diversas partes del cuerpo estaban a la orden del día. Me pregunto a qué niveles de refinamiento en la crueldad no habríamos llegado de haber tenido a mano una cámara que grabase aquellas novatadas y castigos tan inocentes. Porque las cámaras no han hecho otra cosa que incorporar las viejas travesuras a la sociedad del espectáculo. Las han metido en ese nuevo cosmos donde todo lo que se difunde por los ‘media’ acaba siendo bendecido, aplaudido, transformado en objeto o acto digno de imitación. En esto deberían pensar los psicólogos y los pedagogos que se devanan los sesos en busca de una explicación al fenómeno: en el principio de la emulación. Una bofetada dada en el patio de colegio deja en mal lugar a quien la propina, pero si ese mismo sopapo se graba, se transmite por SMS y queda colgado en la Internet adquiere la categoría de película de acción. Y si encima recibe un nombre nuevo, qué les voy a contar. Lo llaman «happy slapping», es decir, abofeteo feliz. Mala combinación ésta de hormonas en ebullición, juegos peligrosos, móviles con videocámara incluida y televisiones ávidas de mostrar indecencias disfrazadas de noticia. Así se empieza imitando a los hermanos Tonetti y se termina apaleando mendigos o torturando presos en Abu Grahib, todo ello con la bendición de la sociedad audiovisual. Como ocurrió con aquellos malhadados vídeos de primera, que tan graves traumatismos ocasionaron entre las suegras. Recuerden: el videoaficionado de turno la invitaba a una paella dominguera y una vez en el campo la sentaba en un columpio inseguro, o la montaba en el burro, o le hacía cruzar un riachuelo hasta que la buena mujer se daba la gran torta. Acabada la moda, cayó en picado el índice de caderas escayoladas en la tercera edad.
Publicado en El Correo, 5.3.06, y El Norte de Castilla, 8.3.06.
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2006-03-07 16:22 | 1 Comentarios
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