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GALGOS
El segundo animal mencionado en el arranque del Quijote, tras el rocín flaco, es un galgo corredor. No sé si Cervantes lo pone ahí como signo de estatus del viejo hidalgo o si ya por aquel entonces el galgo formaba parte de la decoración de cualquier hacienda rústica, pobre o rica. Quiero creer que se trata de lo primero. La silueta del galgo compone una de las imágenes más elegantes del reino animal. Su mirada es noble y afectuosa. Y en carrera sigue siendo el rey. Los tapices y las miniaturas de los libros medievales le dan trato de perro aristocrático, tendido a los pies de dueños de alcurnia o jugueteando en jardines palaciegos. Pero hoy ocurre lo contrario. Hace poco vi a uno de ellos en una perrera. Llevaba un collar de sangre y carne viva, se mantenía en pie a duras penas y pegaba el hocico al suelo como si buscara la huella de su dignidad perdida y rehuyera la relación con otros seres. Era, me dijo el cuidador, un superviviente de la matanza que anualmente se cobra 50.000 galgos en toda España. Cuando los galgos envejecen y dejan de ser útiles para la caza, sus propietarios los ahorcan en los árboles o les prenden fuego a fin de evitar su identificación y eludir las sanciones. Las fórmulas para deshacerse del animal han alcanzado cotas de extremo refinamiento. Algunas tienen nombre, como la conocida por «el pianista». Consiste en colgarlos del cuello a la altura justa para que rocen la tierra pero no puedan apoyarse en ella. Las patas traseras ejecutan entonces una danza desesperada y macabra alrededor de la cual los palurdos se solazan cruzando apuestas entre risas y tragos de vino. Esa diversión es el último servicio que el galgo presta a la crueldad humana. El ensañamiento con los galgos tiene algo de patológico, más allá de los tristemente frecuentes abandonos de animales en los campos y las carreteras. Es una especie de liturgia de la brutalidad, no por estremecedora menos extendida entre los practicantes de la caza. Dicen que si los cazadores matan a los galgos de esa manera es para ahorrarse el simple cartucho que les aliviaría el tránsito. Muchos dueños se muestran igualmente desalmados con sus perros cuando éstos se encuentran en plenas facultades. Debe de ser que el modelo de educador que adiestra mejor a sus pupilos a base de palos y privaciones todavía está profundamente arraigado en nuestra triste Celtiberia. Denunciar prácticas tan abominables debería ser obligación no ya de los defensores de los animales, sino de cualquier persona de bien con un mínimo de sensibilidad. A menos que se considere, como he oído decir también a alguno, que estas formas de sacrificar a los galgos forman parte de nuestro rico y variado acervo cultural.
Publicado en El Correo, 19.2.06, y El Norte de Castilla, 22.2.06.
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2006-02-20 18:11 | 4 Comentarios
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Comentarios
1
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De: Delfín |
Fecha: 2006-02-20 18:14 |
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Hay información sobre el asunto en esta web.
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2
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De: Bambo |
Fecha: 2006-02-22 13:51 |
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Incapaz... incapaz de entenderlo. No me cabe en la cabeza que una persona se pueda portar así con un animal... ni cultura ni leches: es puro sadismo, sin más.
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Visité el enlace que propones y pinché "Paremos la crueldad". Resulta asqueante... ¡el ser humano!
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De: Loulou |
Fecha: 2006-04-29 18:32 |
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No sólo cuando envejecen, les hacen eso a los que no quieren sea jóvenes o no.
El ser humano es el peor animal y nos estamos cargando a un animal bello por dentro y por fuera que además es autóctono. Unos lo haceb con las manos, otros con el silencio y otros por resignación.
BASTA YA DE MALTRATO AL GALGO
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