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Encadenados de corazón
Mónica Yoguel, Dos IV
En mayor o menor medida, todos necesitamos el cariño de otras personas y especialmente de aquellas a las que estamos unidas por lazos estrechos: los de la pareja, los de la relación paterno-filial, los de la amistad. Es el amor quien manda, y no hay regla ni límite para establecer hasta dónde esa necesidad deba guiar nuestra conducta. La entrega a los seres queridos no sólo es una consecuencia lógica de los sentimientos que ellos nos inspiran, sino una prueba de la hondura de esos sentimientos. Al amar dejamos voluntariamente una parte de nuestro ser en el otro; cedemos y compartimos mutuamente un universo que, lejos de suponer una merma de la propia personalidad, nos engrandece y nos fecunda.
Pero ese vínculo no puede ser tan incondicional que se convierta en
dependencia afectiva. El hecho de desear intensamente lo mejor para otra persona y de esperar lo mismo de ella da origen a veces a relaciones patológicas en las que el apego acaba siendo absorbente y paralizador. Sea por el hábito de compañía excluyente, sea por el miedo irracional a la pérdida -como en el caso de los celos-, sea por inseguridad de una de las partes o de ambas, en muchas parejas se crea una co-dependencia enfermiza. Es el envés perverso del vínculo amoroso. La vuelta de tuerca a partir de la cual el intercambio afectivo se transforma en anulación recíproca. (
sigue)
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2006-01-27 22:50 | 0 Comentarios
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