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EL ASCENSO
La mitología de nuestro tiempo está poblada de hombres y de mujeres que han llegado a lo más alto partiendo de un origen humilde. En la política, en las finanzas, en la empresa, en el arte. Sus biografías dan el edificante testimonio de una voluntad a prueba de bomba, de un talento superior o de un extraordinario coraje para superar los obstáculos. Casi siempre se les señala como prueba incontestable de que el mérito acaba obteniendo su recompensa porque el mundo no es tan injusto como predican los pesimistas. En la imagen pública de muchos triunfadores, la baja cuna ya no es algo ante lo que se corre un tupido velo; más bien agrega un plus de supuesta heroicidad a su trayectoria. Quizá por eso abunden tanto los libros de memorias donde el autobiografiado mixtifica su infancia con tintes opuestos a los de antaño. Si en otro tiempo eran pocos los que confesaban una niñez desdichada o llena de penurias y carencias, ahora queda bien pintar la propia infancia con lápiz de carbonilla. Del cuento del mendigo que un día descubre casualmente su sangre azul hemos pasado al del triunfador salido de la nada. El paradigma humano del
self-made man, del hombre hecho a sí mismo, no está exento de una vanidad semejante al que presume de su linaje. Cada cual tiene derecho a inventar su imagen. Es probable que muchas de las
self-made persons hayan tenido que esforzarse más que el promedio para mejorar su condición o triunfar en la vida. Pero debería revisarse el dudoso principio según el cual eso les concede credencial de autoridad, mérito o ventaja moral una vez llegados a la cumbre. Ya lo dijo Camus: «El éxito es fácil de obtener; lo difícil es merecerlo». Si un hijo del proletariado llega a convertirse en una estrella de las finanzas, lo que cuenta es la inteligencia y la honestidad con que guíe sus negocios y no lo asombroso de su escalada, y mucho menos si la utiliza como argumento para actuar sin escrúpulos una vez instalado en lo alto. El origen sencillo es una ventaja para quien sabe valorar las cosas y tiene en cuenta a quienes no han podido llegar donde él. Pero también se emplea a veces como excusa para el revanchismo y el resentimiento. Curiosamente, una buena parte de quienes han sufrido humillaciones tiende a despreciar a los de abajo. Reproducen, y redoblado, el modelo discriminador del que fueron víctimas buscando en los débiles nuevas víctimas en las que vengarse de la injusticia pretérita. Y es que hay triunfos que tienen un enorme parecido con los fracasos. Tampoco en esto se equivocaba Oscar Wilde al decir que un tonto nunca se repone de un éxito.
Publicado en Diario de Navarra, 21.1.06
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2006-01-23 09:48 | 0 Comentarios
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