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{ Bitácora de José María Romera. Artículos de prensa y otros escritos }

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    TREGUA



    Tan censurable como algunas formas impuestas de la oficialidad festiva es esa plomiza plaga de críticos antinavideños que invariablemente aparece en estas fechas y que ya se ha convertido en un retablo de tipos tan pascuales como el ‘caganer’ del belén o el calvo de la lotería. Qué sería de la Navidad sin estos Mr. Scrooge de salón entregados a desenmascarar la hipocresía, a lamentar la fiebre del consumo que nos anega, a denunciar los negocios del juguete y a cantar la palinodia de todos los dolores del mundo. Los hay tradicionalistas: vedlos ahí con el ceño fruncido farfullando severas reconvenciones contra la sociedad del despilfarro, dale que te pego con que si los industriales se han adueñado de los buenos deseos o si el turrón lleva aditivos y colorantes, cuando no alzando el grito al cielo porque en lugar de musgo ponemos virutas de plástico y el Santa Claus protestante ha desbancado a los Reyes Magos vaticanos. Y qué decir de esos otros misántropos que en las cenas familiares sólo son capaces de ver el agobio, el compromiso y la cursi hipocresía. Están también los pedagogos, siempre alerta contra los juguetes bélicos y los sexistas, alarmados por los efectos de las golosinas en la dentadura infantil y la deformación mental provocada por esos ingenios electrónicos tan solicitados por las criaturas. Y los higienistas, advirtiendo de que el marisco sube el colesterol y los mazapanes disparan la glucosa en la sangre. Y los salvadores de la humanidad, dispuestos a indigestarnos el besugo con el recuento de las hambrunas africanas. Y los escépticos, recordándonos que todos estos ritos son viejas supersticiones de solsticio asimiladas por el sincretismo cristiano con el fin de embaucar a los paganos. Sin duda tienen razón. Pero no más que quienes no hacen ascos a la pequeña colación de dichas que el calendario y la costumbre nos dispensan estos días. Nada cuesta embarcarse en la nave de la dicha y dejarse llevar por los vientos de ingenuidad que soplan allí donde suena una pandereta o brilla una bombilla de colores. Uno está convencido de que la simulación de la ternura engendra ternura y de que todos seríamos un poco más felices si de vez en cuando invocáramos la palabra felicidad como ahora lo hacemos, por más negras que puedan ser nuestras noches y siniestros los presagios que nos rodeen. Puede que los intercambios de regalos sean gestos de inconsciente complicidad con el capital, pero hay que estar ciegos para no sentir esa pequeña caricia de la dádiva que honra a quien la hace y complace a quien la recibe. Cuando la insensatez es una tregua, bienvenido sea este mundo al revés que nos humaniza y nos aleja por un tiempo del lado chungo de la existencia.

    Publicado en El Correo, 26.12.05
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    2005-12-27 17:33 | 2 Comentarios


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    Comentarios

    1
    De: César Fecha: 2005-12-28 18:18

    Tienes razón, José María. Efectivamente, hay en la Navidad mucho de excesos de todo tipo, y no hablo sólo de los gastronómicos. Pero también es cierto que hay personas que de tanto rechazar la idea de que la felicidad no puede establecerse en fecha fija es probable que no encuentren ningún día en el calendario para ser felices. Me refiero a quienes dicen que no hacen regalos en Reyes, o en los cumpleaños, porque les gusta hacerlos otros días, o quienes no felicitan la Navidad a sus amigos porque es una costumbre en la que ya no ven afecto sino rutina, o quienes deciden que en verano no se van a ir de vacaciones porque lo hace todo el mundo. Siempre he sospechado que se trata de gente que no hace regalos nunca, no felicita a nadie jamás y no ha salido de vacaciones en los últimos años, y no porque tenga problemas económicos. En el fondo, se trata de gente incapaz de ser feliz, siquiera un rato, porque cree que de serlo estaría haciendo el juego a alguien, llámese capitalismo o El corte inglés.
    ¿Quién, de niño o ya de mayor –con frecuencia, con hijos pequeños– no se ha dormido la noche del 5 al 6 de enero pensando que sería estupendo que los Reyes Magos existieran, o preguntándose qué le habrán dejado en los zapatos su marido, su mujer, sus padres o sus hijos? Las ilusiones son burbujas, pompas de jabón que se rompen en unos segundos, pero mientras duran nos hacen un poco, aunque sólo sea un poco, felices. No dejemos que los aguafiestas oficiales, efectivamente tan insoportables como los que el 24 de diciembre se ponen el gorro y cogen el matasuegras y la pandereta y no los dejan hasta el 7 de enero, nos lo amarguen.
    Un saludo y feliz año.



    2
    De: JMR Fecha: 2005-12-29 09:47

    Es complicado, César. A pesar de lo escrito, también comprendo a la gente que teme/odia la Navidad porque no puede estar a la altura de esta sobrecarga de felicidad impuesta por decreto. A mí me resulta fácil criticar a los aguafiestas desde mi posición de -digamos- bienestar, anímico o material. Supongo que la única defensa que les queda a algunos es el antinavideñismo feroz. No sé.



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