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Ursúa
Ursúa
Miguel Díaz de Armendáriz había visto la luz en Pamplona en 1507. Con estas palabras comienza el capítulo tercero de
Ursúa, la novela del colombiano
William Ospina que narra las peripecias del baztanés Pedro de Ursúa desde su salida de
Arizkun hasta el inicio de las expediciones que tiempo después desembocarían en su muerte a manos de Lope de Aguirre en la espesura de la selva amazónica. No es una novela histórica al uso. Ospina, acaso el mejor ensayista colombiano de las últimas décadas, nos encamina por dos senderos que discurren paralelos a lo largo del relato. Uno es el relato propiamente dicho, las apasionantes andanzas de unos aventureros alucinados, el misterio de una naturaleza desbordante a la que esos locos intentan en vano arrancar sus secretos y sus legendarios tesoros. El otro, más atrayente si cabe, es la reflexión sobre el poder, sobre el destino, sobre la ambición humana y sobre la pérdida de la inocencia. La literatura y también la historia se han fijado poco en este Pedro de Ursúa que con diecisiete años acude sin titubear a la llamada de Armendáriz, tío suyo y Juez de Residencia en el Perú, y recibe de éste la encomienda de impartir justicia en las tierras del Nuevo Reino de Granada donde la codicia, la corrupción y el despotismo de los gobernadores amenazaban con arruinar el ya maltrecho gobierno. La arrebatadora prosa de William Ospina no sólo rescata a Ursúa del olvido, sino que lo sitúa en un escenario fascinante, en una epopeya soberbia, en el centro de una novela magistral. Una novela que, por desgracia, aún no se encuentra en nuestras librerías al igual que buena parte de la gran literatura que ahora mismo se está escribiendo en Colombia. Hay quien cree que tras García Márquez y Álvaro Mutis vino la decadencia. Un error de bulto. Ospina pertenece a una hornada de escritores colombianos que hoy frisan la cincuentena y que han ido enriqueciendo el legado de los mayores con aportaciones diversas. Ahí está, por ejemplo, el desgarrado
Fernando Vallejo, cronista de una Colombia urbana maltrecha, violenta y esperpéntica. Y
Héctor Abad Faciolince, que maneja el idioma con amable ironía y atinado lirismo. Y
Antonio Caballero, tan pronto crítico de las demasías del Imperio como fino observador de lo que ocurre en las plazas de toros. Y
Laura Restrepo. Y
Rafael Humberto Moreno-Durán. Y muchos otros a los que se sigue tragando ese océano de desconocimiento que es el Atlántico. Dicen que William Ospina tiene todos los boletos para recibir este año el premio Nacional de Literatura en su país. Las casi quinientas páginas de
Ursúa lo avalan con creces.
Publicado en Diario de Navarra, 19.11.05
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2005-11-19 17:37 | 5 Comentarios
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Comentarios
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William Ospina ha forjado una carrera sin igual en las letras colombianas. Muchos ensayistas y críticos son flor de un día, o cuando no, se desgastan en la reiteración de sus discursos sabidos y dichos desde una pretendida autoridad. No así William Ospina, quien ha puesto desde el principio sus ojos en la hispanidad, y es como si indagando y entregándonos el Nuevo Reino de Granada con otros ojos, pudiéramos asentar nuestro presente. Gran poeta y ensayista, ahora va por la novela.
Creo que esos viejos críticos hicieron enorme daño al exigir prosa, concepción y estructuras garciamarquianas a toda obra durante el esplendor del Nobel. La influencia de Álvaris Mutis, ha sido, más bien, menor. Pero recuerdas tú buenas plumas como Laura Restrepo, RH Moreno Durán, Fernando Vallejo (reciente premio Rómulo Gallego) y Héctor Abad Faciolince, a los que quizás agregaría Marco Tulio Aguilera Garramuño, Benhur Sánchez Suárez, Juan José Hoyos, Roberto Burgos Cantor y Germán Espinosa, entre otros, y más recientemente Jorge Franco y Santiago Gamboa. ¡Claro, William Ospina!
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De: Delfín |
Fecha: 2005-11-21 19:02 |
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Julio, desde aquí no alcanzamos a conocer a tantos. Uno escribe solamente de lo que sabe.
De Santiago Gamboa he leído 'El síndrome de Ulises'. No lo menciono en el artículo porque es bastante más joven que estos otros.
Bien, otro día hablamos de los chilenos, ¿no?
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Lamentable pérdida la de RH (como a él mismo le gustaba nombrarse). Información que me compartiste en el mismo periódico en el que trabajé. Gracias.
La anotación que te hice, José María, no tenía el propósito de ponerte a prueba. Al contrario, como sé que no puedes manejar toda la información, y sería no solo locura sino estupidez esperar eso, quise compartir algunos datos que conozco. Nada más.
Uno escribe de lo que sabe.
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