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Cal y arena en el idioma
En materia de idioma diez años son corto espacio de tiempo para hacer balance de ganancias y pérdidas. El estado de salud del español quizá no haya variado mucho en una década, porque las lenguas se refuerzan o decaen en ciclos más prolongados. Pero tampoco se puede negar que el castellano va presentando algunos esperanzadores síntomas de crecimiento, pese a las nuevas asechanzas del inglés, su sempiterno contrincante ahora robustecido por una aceleración tecnológica que impone inevitables neologismos por doquier.
La expansión del español en los Estados Unidos, con más de 40 millones de hispanohablantes, es quizá el fenómeno cuantitativo más relevante para nuestro idioma. Todo hay que decirlo: este notable incremento del número de hablantes es debido a causas sociales –la inmigración desde el resto del continente- y económicas –el objetivo de captar cohortes de consumidores cada vez más numerosas-, pero no culturales. Algo similar ocurre con la implantación oficial de la lengua española en el sistema educativo brasileño, acción estratégica dirigida al dominio del mercado latinoamericano. El principal contrapunto de este auge masivo es la explosión del «spanglish», un difuso conglomerado de hablas de contacto sin horizonte cultural.
En tiempos recientes han destacado los esfuerzos institucionales –no sólo de la Real Academia, sino de organismos como el Instituto Cervantes- por elaborar instrumentos normativos. Aunque la vigésima segunda edición del Diccionario y la Ortografía de 2001 no han aportado gran cosa, pronto verán la luz dos trabajos tan ambiciosos como –presumiblemente- útiles: el Diccionario Panhispánico de dudas y la nueva Gramática, por primera vez elaborada con la participación de todas las Academias del español.
Pero todos los esfuerzos resultarán baldíos si, tal como parece, continúa en declive el interés de los hablantes por cuidar y mejorar su lengua. Vapuleado en los medios e insuficientemente atendido en las escuelas y universidades, el español sigue deteriorándose por efecto de la incuria general. Si se ha comprobado que hablamos y escribimos peor que hace diez años, abusando de los coloquialismos, descuidando la ortografía, saturando los mensajes de barbarismos y falsos amigos o dejándonos dominar por las modas eufemísticas en todos los ámbitos de la comunicación, no habrá gramática que pueda cambiar el rumbo de las cosas.
Publicado en el suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 26.10.05
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2005-10-29 16:42 | 3 Comentarios
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Comentarios
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De: Delfín |
Fecha: 2005-10-29 16:47 |
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Este breve texto fue publicado en el número 500 de 'Territorios', junto con varias otras colaboraciones que trataban de reflejar lo ocurrido en estos últimos 10 años en diferentes áreas de la cultura, el arte, elpensamiento y la ciencia. No pretende poner una pica en Flanes sino echar una simple ojeada a la situación, en este caso a la situación del idioma.
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Tienes razón, José María. El tema es ancho y ajeno. Muy brevemente comenté en mi blog un día dos de los puntos que tú anotas acá: el celebrado spanglish y el maltrato que sufre el idioma en los medios de comunicación. Es increíble la ignorancia idiomática en que ha caído nuestro amado oficio, sobre todo si se trata de nuestro colegas de la televisión. La prensa no se escapa, donde la moda parece ser escribir como se habla (en la calle). Muy oportuna la voz de alarma que das. Creo que de tanto en tanto hay que recavar en ello.
Cordial saludo.
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De: Delfín |
Fecha: 2005-11-01 20:27 |
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Repasando los comentarios caigo en la cuenta de que inadvertidamente me inventé una locución inexietente ("poner una pica en Flanes"). Podría corregirlo y anotar Flandes. Pero lo dejo así: nadie pone picas, Flandes ya no existe con ese nombre, ¿por qué no picar en los flanes, que por lo menos puede resultar nutritivo?
Gracias por el comentario, Julio.
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