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MADRES
En medio de las imágenes del horror que diariamente pasan ante nuestros ojos y que al poco tiempo se borran como la instantánea de una pesadilla fugaz, hay algunas que cuajan en la memoria y ahí quedan atrapadas, reacias al olvido. Uno de los géneros que mejor resiste el paso de los meses y de los años es el dolor de madre: fotos donde aparecen mujeres con la boca desencajada, los ojos húmedos, los brazos implorando justicia o haciendo preguntas sin respuesta a los cielos después de que una bomba o un terremoto se hayan llevado a sus hijos. Son estampas asombrosamente parecidas aunque unas se hayan tomado en Palestina y otras vengan de Centroamérica o del África profunda y, a pesar de que contengan mujeres de diversa edad, con distinto color de piel y de diferente cultura, se diría que son intercambiables como gotas de agua. En tiempos de Miguel Ángel no había agencias de prensa internacionales ni periódicos que ofrecieran esta clase de composiciones, pero cuando el escultor talló La Pietà ya adivinó los gestos que con pequeñas variantes siguen repitiéndose en los duelos maternos. Una madre otorga al dolor cierta autoridad que va más allá de la razón biológica. Su solvencia no es sólo emocional, aunque no exista mejor expresión del desgarro por la pérdida de un ser humano que la ofrecida por quien lo llevó en sus entrañas. Aunque permanezca en silencio, una madre en duelo es el grito más escandaloso contra el desorden del universo. Quienes después de los atentados de Atocha acusaron a Pilar Manjón por haber convertido su pena en denuncia y su pérdida en acusación no tuvieron en cuenta que la maternidad pasa por encima de los partidos, de las razones geopolíticas y de las alianzas internacionales. Algo parecido le ocurre ahora a Cindy Sheehan, que persigue al presidente Bush a sol y a sombra con el retrato de su hijo muerto en la ocupación de Irak. El idioma llama huérfanos a los hijos sin padre o madre, pero no ha inventado aún la palabra para designar a los padres y las madres que pierden a sus hijos. Tal vez no lo ha hecho porque se les puede llamar con toda propiedad fantasmas, espectros, almas en pena. Si George Bush conserva una brizna de capacidad de compasión, es muy probable que por las noches se le aparezca el espíritu de Cindy Sheehan, igual que a los militares golpistas argentinos les visitaban en tropel las madres de la Plaza de Mayo para turbar sus inmerecidos descansos de criminales ahítos de sangre. A la madre de Casey Seehan se le ha unido estos días la de José Couso, cámara de televisión asesinado por las tropas norteamericanas en Bagdad. Despojadas de lo que más querían, ahora ya sólo reclaman algo tan sencillo como es la verdad.
Publicado en El Correo, 25.9.05
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2005-09-25 13:39 | 2 Comentarios
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Comentarios
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De: Anónimo |
Fecha: 2005-09-26 21:16 |
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Pues no parece que a Bush le impresionen mucho estas manifestaciones.
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