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Glotones: los nuevos pecadores
En uno de los pasajes de su
Gargantúa y Pantagruel, Rabelais presenta al voraz Gargantúa ante la mesa, dando buena cuenta de «varias docenas de jamones, lengua de ternera ahumada, caviar, callos fritos y otros aperitivos surtidos». Al mismo tiempo, cuatro de sus sirvientes van metiéndole en la boca «paletadas de mostaza» que él acompaña de largos tragos de vino blanco, sin parar de comer y de beber hasta que empieza a «colgarle la barriga».
Es una más de las innumerables estampas de la gula que nos han legado la literatura y el arte. Ante ella no sabemos si admirarnos o manifestar cierto asco, si envidiar al glotón o condenar sus excesos. Porque la gula, con su aspecto insolente pero también luminoso, siempre en la frontera entre lo repugnante y lo envidiado, es el espejo donde se reflejan muchos de nuestros deseos y de nuestros temores.
La historia de la glotonería muestra cómo su consideración de pecado (uno de los siete pecados capitales para el cristianismo) ha ido variando a lo largo de los tiempos y no siempre de forma coherente. En su libro
Gula (ed. Paidós, 2005),
Francine Prose revisa su evolución pareja a las cambiantes obsesiones de las sociedades para concluir que, en cierto modo, nuestros sentimientos respecto a la comida excesiva son el reflejo de nuestra paradójica y contradictoria relación con el mundo.
(sigue)
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2005-09-19 20:14 | 1 Comentarios
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