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ALMACENES
Quien quiera comprar una simple barra de pan en el hipermercado, seguramente tendrá que adentrarse hasta un rincón del fondo más distante. Sin embargo la lógica indica que los artículos de primera necesidad deberían estar colocados en zonas de fácil acceso. ¿Es que acaso los responsables de las grandes superficies comerciales son estúpidos? Todo lo contrario: saben que, en el camino de ida y vuelta hasta el puesto de fruta o la carnicería, los clientes tendrán que pasar al lado de otras mercancías superfluas, y que muchos de ellos sucumbirán a la tentación. Desde caramelos hasta pañuelos a precio rebajado, desde libros de cocina hasta cremas hidratantes, una sinfonía de cantos de sirena va reclamando la atención del transeúnte, quien pasará por caja con más cosas de las que en principio pensaba adquirir. Y es que todos llevamos dentro ese instinto. Nuestra relación con el mundo se establece cada vez más en términos de compra. La compra ya no es una transacción de bienes a cambio de dinero, sino un mecanismo psicológico en el que se proyectan emociones, sentimientos, frustraciones y ansias de todo género. La relación material del comprador con la cosa comprada suele quedar en segundo plano, subordinada al propio hecho de comprar. No en vano el consumo se ha erigido en uno de los rasgos más característicos de los modernos modos de vida. Dicho de otro modo: mucha gente compra para vivir una experiencia gratificante que se agota en su propia ejecución. Por eso nada más salir de la tienda es frecuente que la ilusión se desvanezca, y el comprador se vea contrariado por el arrepentimiento, la duda o la sensación de haberse dejado hechizar ante algo carente de valor o de utilidad. Estamos rodeados de permanentes señuelos que reclaman nuestra atención y ejercen sobre nosotros un poder conativo, una exigencia de respuesta en forma de adquisición. No debe resultar extraño que de un tiempo a esta parte haya crecido el número de quienes padecen el trastorno del comprador compulsivo. Es tal la avalancha de mensajes consumistas que recibimos a lo largo del día que la adicción a la compra no sólo gana adeptos, sino que ha conquistado cierto prestigio. Veo crecer la mole de unos grandes almacenes en construcción que pronto abrirán sus puertas en el centro de mi ciudad. Me pregunto cuántas dolencias del alma no vendrán a buscar remedio en sus plantas, cuántas tardes de tristeza no resolverán sus escaleras mecánicas, cuántas frustraciones íntimas no irán a depositarse en el fondo de esas bolsas verdiblancas, las que anuncian la llegada de la primavera en cualquier estación del año.
Publicado en Diario de Navarra, 30.7.05
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2005-07-30 17:03 | 4 Comentarios
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Comentarios
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De: Anónimo |
Fecha: 2005-08-01 10:27 |
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Hace muchos años trabajé como cajera de un supermercado. Era uno de éstos de barrio, muy diferente de los que se ven ahora en las grandes superficies. Pero el único cursillo de formación que nos dieron estaba orientado a macro-comercios: hasta el tamamaño de los carritos de la compra estaba estudiado. Cuanto más grandes, más se llenan, aunque la primera intención no fuese ésa. A mí me impresionó mucho ver cómo nos tenían de estudiados, analizados, medidos y requetemedidos, para poder extraer de nosotros hasta el último céntimo.
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Bueno, depositarán allí sus frustraciones y sus alegrías, todo. Yo, al menos, para consolarme de algo, me voy de compras. Y para celebrar algo, también. Para el día a día, pues también. Y supongo que soy típico.
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De: Delfín |
Fecha: 2005-08-01 20:38 |
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Pues yo que tú me lo haría mirar, José Ángel ;-)
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