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{ Bitácora de José María Romera. Artículos de prensa y otros escritos }

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    SOSIEGO



    Nadie lo diría a la vista de cómo arden los bosques y los noticiarios, pero el verano sigue siendo el tiempo del reposo. Incluso para quienes no disfrutan de vacaciones, incluso para aquellos otros a quienes el bolsillo no permite grandes dispendios. Es cierto que, comparada con tiempos pasados pero no lejanos, la vida de la gente común se ha humanizado una barbaridad y ya no hay que aguardar a julio o agosto para hacer un alto en el camino. Durante el resto del año los fines de semana se hecho más largos, hay más días festivos y abundan los «puentes», ese gran invento de la ingeniería del ocio moderno. Quiero decir que la mayoría no llegamos al verano tan exhaustos y tan necesitados de balneario como aparentamos. Lo de «tomarse unas merecidas vacaciones» pertenece al acervo de los inevitables tópicos: seguro que cualquiera de ustedes tiene al lado en la fábrica o en la oficina a más de un compañero que no las merece, alguno de esos tipos que no morirán de cornada de burro y que se han plantado en los días de descanso tan frescos como volvieron de los del año pasado. Tampoco es del todo cierta la sentencia, tan poética, de que «trabajar cansa». Cuando Pavese escribió aquello de «Lavorare stanca» lo hizo digamos que metafóricamente, hablando de la fatiga existencial del bípedo implume. Se refería a un cansancio cósmico, insoportable, infinitamente mayor que el arrastrado por una clase trabajadora de nuestro tiempo que en buena proporción ha pasado de considerarse paria de la tierra a viajar a Cancún o por lo menos a Fuengirola. Me he dado cuenta de que la gente, al llegar las vacaciones, ya no conjuga tanto como antes el verbo «descansar». Quizá, entre otras cosas, porque ocupa su reposo de estos días en actividades de lo más excitante. Unos se juegan el pellejo bajando cañones y otros se embarcan en cruceros inverosímiles que visitan diez o doce puertos en cinco días. Hay quien se quema el pellejo en la arena y quien se somete a la diabólica experiencia de los parques temáticos. Claro, ya han descansado durante el año y lo que les pide el cuerpo en verano es, por decirlo coloquialmente, algo de marcha. Por eso el verbo de ahora es «desconectar». Azorín establecía una fina diferencia entre el «reposo» y el «sosiego». El reposo, decía, excluye la acción. El sosiego no la excluye, pero supone la moderación y la tranquilidad del ánimo. Supongo que aquí está el secreto de las auténticas vacaciones. No en su contenido más o menos viajero, más o menos exótico, más o menos espeso, sino en la actitud sosegada de quien las disfruta. Que a ustedes les acompañe el sosiego.

    (Publicado en Diario de Navarra el 23.7.07)
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    2005-07-23 23:06 | 0 Comentarios


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