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LOTERÍA
Habría sido entretenido estar ahora echando pestes contra la elección de Londres como sede olímpica para el 2012. Criticar su pésima cocina y poner en duda sus promesas arquitectónicas para una villa de los Juegos que sólo existe sobre el ordenador. Hacer cábalas respecto a las oscilaciones del voto en Singapur, dudando de la limpieza de los miembros del COI, esbozando hipótesis sobre intereses de marcas comerciales y de potencias internacionales. Qué bien estaríamos ahora con nuestro honor patrio herido y a vueltas con Gibraltar, emprendiéndola de paso a mandobles contra ese enemigo sobrevenido que se llama Alberto de Mónaco y que en pocos días se ha ganado para una buena temporada el titulo de persona non grata entre nosotros. No ha podido ser. En menos de veinticuatro horas Londres pasó de lugar de la fiesta a centro de la tragedia, de esplendorosa ciudad olímpica a oscura capital del horror, de rival en la disputa a hermana en la desgracia. Habíamos olvidado que la vida se comporta así, con estos vaivenes. Nos empeñamos en poner hitos festivos en la historia que vamos tejiendo día a día, pero hay quien a su vez se encarga de chafarlos. Ya llevamos andado un buen trecho del siglo XXI, el suficiente para convencernos de que todo es tan incierto e imprevisible como anunciaron los agoreros de la centuria anterior. Pero cuesta trabajo familiarizarse con el Mal y admitir que muy cerca de nosotros rondan los emisarios de la muerte indiscriminada. Por eso los atentados masivos siguen dejando a su paso una estela de incredulidad. Más que como obra de unos criminales concretos, con su identidad asesina bien definida, queremos verlos como el efecto de un sino fatal, de una lotería perversa que tan pronto concede el gordo de los Juegos Olímpicos como castiga con una orgía de explosivos. Parece que no quisiéramos poner nombre al terrorismo. Decimos 11-S, 11-M, ahora 7-J, como en un diabólico juego de los barcos que a este paso va a llenar el calendario de naves hundidas. Por miedo a caer en generalizaciones infundadas y a alimentar prejuicios impropios de nuestra cultura, evitamos señalar con el dedo a una religión y a una cultura que llevan en su seno el embrión del odio. Ya ni siquiera hablamos de «terrorismo islámico» para que no se ofendan los inocentes correligionarios de los asesinos. Es un síndrome donde ya sucumbimos antes a cuenta de otro terrorismo más cercano. Algún día habrá que preguntarse si esos escrúpulos no han favorecido el desarrollo de organizaciones criminales. Pero esto es harina de otro saco. En estos meses del año 2012, Londres y lo que quede de Occidente celebrarán unos Juegos en cuyo acto inaugural se rendirá un sentido homenaje a las víctimas de aquel lejano 7-J.
Publicado en El Correo, 10.7.05
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2005-07-11 16:23 | 0 Comentarios
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