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EL PERIÓDICO
Publicado en Diario de Navarra, 7.5.05
Tengo observado que uno de los bienes comunes más codiciados por mis semejantes es el
periódico del bar. Me refiero a ese ejemplar de prensa que pasa de mano en mano, de la barra a la mesa y de la mesa a la barra. A ese periódico al que cada mañana siguen más ojos que a clavel temprano, como habría dicho Góngora, y que tantas veces provoca en los clientes el desengaño de haber apurado su consumición sin poder echarle el guante porque un pesado se lo devoraba lenta, parsimoniosamente, al compás de los pausados mordiscos que iba dando a un eterno bocadillo. O porque en el momento en que el periódico quedaba libre ha habido otro tipo más ágil que nos ganó por la mano, lanzándose a la carrera desde la otra esquina del establecimiento. Hay quien les llama gorrones. Dudo de que lo sean. Me parece que la ceremonia y el gozo de hacerse con el periódico de la cafetería dejando a los demás con un palmo de narices tienen poco que ver con la tacañería. Una amiga bibliotecaria me cuenta cómo al llegar a su trabajo todos los días se encuentra con una cuadrilla de jubilados montando guardia para ser los primeros en arramblar con los diarios. Les teme más que a un nublado. Asegura haber reconocido en sus ojos esa mirada del guerrero de la que habla Sun Tzu, la tensión del ave rapaz dispuesta a caer en picado sobre su presa, el espíritu olímpico del atleta en la salida de los cien metros lisos. Lo que nos atrae del periódico de la casa no es que su lectura nos salga de gorra, sino el hacernos sentir triunfadores por primera y quizá única vez en el día. Algunos se conforman con eso, y tras echar una ojeada rápida a los titulares de portada devuelven el ejemplar al dominio común. Otros, en cambio, se recrean en la suerte pasando lentamente las hojas, como si además del periódico hubieran conquistado todo el tiempo del mundo para ellos solos. Nada hay más desesperante para el que aguarda su turno que ver al vecino afortunado que llega a la última página y, cuando parece a punto de dar fin a la lectura, vuelve a abrirlo en la sección de opinión. Peores todavía son los que hacen el crucigrama, los que recortan los cupones, los que acumulan dos y hasta tres periódicos distintos y no sueltan ninguno así los aspen. Una vez vi estas tensiones en la sala de lectura de la cárcel, y no me pregunten ustedes qué hacía yo en la cárcel porque es una historia un poco larga. El caso es que aquello era lo más parecido a la ley del más fuerte. También cada mañana en los bares se libra una sorda pero intensa batalla por los periódicos que es una metáfora de la perpetua lucha por la vida.
7 mayo 2005
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2005-05-07 13:45 | 5 Comentarios
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Comentarios
1
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De: Zifra |
Fecha: 2005-05-07 14:09 |
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¿Qué hacías en la cárcel? :-)
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2
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De: Erizo Azul |
Fecha: 2005-05-07 16:20 |
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Visto así debería hacerse un documental al respecto, como aquel del veloz guepardo cazando a la sorprendida gacela.
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3
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De: Delfín |
Fecha: 2005-05-07 17:11 |
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Zifra, se trataba de unas visitas digamos que académicas. Por aquello de enseñar al que no sabe, pero el que más aprendió de aquello fui yo. Menuda escuela, la cárcel.
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4
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De: Delfín |
Fecha: 2005-05-07 17:13 |
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Erizo, en efecto: las miradas son felinas, y los movimientos de acecho y ataque, como para grabarlos en vídeo.
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5
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De: ElPez |
Fecha: 2005-05-07 18:45 |
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Argumentaba el otro día un conocido de mi familia, que tiene la costumbre de irse a tomar un café cada mañana al periódico de al lado de su casa para leer allí el periódico: "mira, lo mires por donde lo mires, te lees el periódico y en vez de gastarte el euro en poder hacerlo, te lo gastas en el café con que acompañas la lectura. Además", añadió sonriendo, "si el día va calentito, siempre surge un rato de tertulia. Y todo por menos dinero que el mismo periódico que antes me subía a casa".
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