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HÍPICA
Publicado en El Correo, 20.3.05
Lo ventajoso de ciertos asuntos puestos en disputa es que permiten tener razón a todo el mundo, sea cual fuere la postura adoptada al respecto. No teman. No voy a aturdirles más con la tan traída y llevada –es un decir-
estatua de Franco a caballo, pero convendrán conmigo en que la cosa cunde más que una caja de juegos reunidos geyper. Permite a quienes ordenaron su retirada mostrarse como defensores de la democracia, pues el adefesio ecuestre plantado allí en medio de la calle era una provocación al Estado de derecho, a las víctimas de la guerra incivil y al simple buen gusto. Yo estoy de ese lado, lo confieso, pero no me duelen prendas en reconocer la validez de los argumentos a favor de lo contrario: que al eliminar los símbolos del pasado se está negando la historia, o que si nos ponemos a retirar recuerdos más o menos ominosos podemos acabar dejando como eriales nuestras calles y plazas. Si uno fuera pesimista, lamentaría que hayamos vuelto a las andadas de las dos Españas y esas cosas. Como procuro ver las botellas medio llenas, me apunto al jolgorio polemista no sin regocijo. Ya digo que todos tienen su parte de razón. Aunque me incomode seguir viendo por ahí la sombra alargada del ferrolano y su cuadrilla, puedo entender que las reconciliaciones tengan un precio. No obstante preferiría pagarlo en cenas como la dedicada hace unas noches a
Santiago Carrillo, con comensales de todos los colores y con discursos de un subido tono fraternal que nadie hubiera imaginado un cuarto de siglo atrás. Quiero decir que el tiempo no transcurre en vano, y esto vale tanto para los mortales como para esas terribles momias a caballo que con los años se van volviendo inofensivas y mimetizando con el resto del mobiliario urbano. Pero esto mismo es un argumento para retirarlas, pues su transformación en piezas decorativas puede acabar legitimando en cierto modo los desmanes que sus representados cometieron en vida. Ha pasado el tiempo, y ninguno de los congregados junto a las brigadas de derribo para protestar o para congratularse inspira mucho miedo. Los
ultras componían un coro de barraca de feria. Los progres, un pálido retrato de la bohemia aburguesada. Fue tanta la naturalidad con que discurrió la cosa, que uno empieza a pensar que no se retiró la estatua para hacer justicia política, sino para proporcionar a los ciudadanos una ocasión de ponerse firmes y enérgicos, sentirse defensores de alguna causa importante, pegar unas voces y luego volver a sus casas tan satisfechos como si hubieran hecho la revolución, la del gusto de cada uno. De ahí a los
palurdos de Goya moliéndose a garrotazos hay una distancia sideral, aunque nos quieran hacer creer otra cosa.
20 marzo 2005
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2005-03-20 01:00 | 0 Comentarios
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