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DEPORTIVOS
Publicado en Diario de Navarra, 19.3.05
En otro tiempo los cronistas deportivos inspiraban respeto. Aunque la mayoría de ellos cultivase una épica trasnochada, a medio camino entre la efusión pindárica y la palabrería de arenga cuartelera, arrastraban consigo cierto aroma de leyenda. Unos se habían curtido entre gimnasios con olor a linimento, haciendo guantes con púgiles de primera fila, y redacciones en penumbra, escribiendo a última hora apremiados por las máquinas. Otros habían caído ahí desterrados de las secciones nobles de sus rotativos por mor de alguna censura política, y desplegaban en sus reportajes de estadio todo el talento que no estaban autorizados a llevar a la política o a la cultura. Otros, que llevaban en la sangre el veneno del baloncesto, o el del boxeo, o el del rugby, antes que redactores eran aficionados con más conocimientos que el seleccionador nacional de la modalidad de turno. Siempre han sido una clase aparte, pero, a diferencia de los actuales, los cronistas deportivos de antaño estaban hechos de una pasta particular. Sé que sobreviven honorables aunque muy contadas excepciones. No quisiera generalizar. Pero me temo que los llamados periodistas del deporte han perdido mucho del viejo prestigio de raza. Pienso en ellos con frecuencia a esas horas de la noche en que el oído pegado a la radio busca en vano una emisora donde se hable a media voz y sobre asuntos de interés. No hay manera. Los saltos en el dial te llevan del vocerío a la injuria, y de ésta al follón sin solución de continuidad. A los reporteros deportivos de hoy se les pide que hagan sangre en los directivos, que se ceben con los entrenadores en horas bajas, que les busquen las cosquillas a los jugadores puestos en la picota, y todo ello en un volumen varios decibelios más alto que el de la conversación normal entre gente civilizada. Toda esta energía invertida en provocar controversias vulgares y avivar incendios les dispensa de cumplir con los mandamientos más elementales del informador, empezando por el de conocer la realidad de la que se habla o se escribe. Ya es imposible corregir ese malentendido según el cual todo el deporte se reduce al fútbol. Pretender que un periodista de deportes moderno sepa distinguir entre una pértiga y una jabalina, o entre una raqueta de tenis y una pala de ping-pong, es pedir peras al olmo. Los hijos profesionales de José María García, aquel bocazas, se han adueñado de las ondas y de los periódicos. Pensar en el retorno a un periodismo deportivo, tanto sonoro como impreso, donde reinasen el fair play y el uso correcto y creativo del idioma es tal vez una quimera. Ellos sabrán lo que hacen.
19 marzo 2005
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2005-03-19 01:00 | 1 Comentarios
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