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{ Bitácora de José María Romera. Artículos de prensa y otros escritos }

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    VÍCTIMAS

    Publicado en Diario de Navarra, 12.3.05



    Diez, veinte años atrás, las víctimas del terrorismo sufrían la doble condena de su dolor y del olvido social. Algo hemos avanzado. Ahora se les menciona continuamente. Pero es una mención no siempre piadosa, como todo el mundo sabe. No me refiero a la infame tendencia a negarles el pan y la sal bajo la acusación de estar teledirigidas por un partido u otro. Hasta en el más bienintencionado de los acercamientos late el eco vago de la pregunta «¿qué hacer con las víctimas?», como si se tratase de una incómoda compañía que el destino nos ha puesto al lado en el viaje por la convivencia, o de unos tipos raros a los que hay que tratar de forma especial para que no nos saquen los colores. Con extremado comedimiento. O con escrúpulos de novicia. Todos tememos equivocarnos con ellas, por exceso o por defecto, y sobre todo nos aterroriza que sus portavoces nos puedan acusar de algo. De insensibles, de hipócritas, de desmemoriados. Por eso molestan. Hay quien dice que se les ha otorgado una inmerecida autoridad política. No sé. También uno es de los que enmudecen al paso del dolor y comprende ciertas palabras que en boca de gente indemne estarían injustificadas. Dudo de que una madre de luto sea capaz de subirse al cadáver del hijo muerto para hacer de altavoz de una organización política. No entra en mis cálculos que, cuando el hermano de un concejal asesinado saca la cartera para enseñar su retrato, esté pretendiendo que se la llenemos de billetes. Tal vez la respuesta a «¿que hacer con las víctimas?» sea «Nada». Dejarlas en paz. Respetar su dolor en silencio. Acompañarlas en el sentimiento hasta donde alcance nuestra capacidad, siempre poca, de ponernos en su lugar. Eso es lo que significa la palabra «simpatía». De otro modo nos arriesgamos al hastío, a acabar detestándolas a fuerza de oír sus lamentos y creer que nos están sometiendo a una prueba demasiado rigurosa. Así ocurría con aquellos tullidos en combate que, cuando soplaba viento favorable, eran tenidos por «caballeros mutilados», y cuando empezaban a cansar se les rebajaba a la categoría de «jodíos cojos». No es poco, dejar en paz a las víctimas. El 11 de marzo les hemos rendido homenajes, y está bien haberlo hecho. Pero al día siguiente ellas han vuelto a sus terapias, a sus ejercicios de rehabilitación, a sus sinsabores burocráticos, a sus álbumes de recuerdos, a sus preguntas al vacío. Como es improbable que podamos hacernos cargo de todo lo que arrastran consigo, habría que renunciar a esfuerzos vanos, y acaso teatrales, para dar la talla emocional más allá del obligado respeto que merece su dolor.

    12 marzo 2005
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    2005-03-12 01:00 | 0 Comentarios


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