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ÍNFULAS
Publicado en Diario de Navarra, 5.3.05
Hay un racismo pequeño, inadvertido, que no se manifiesta en actos violentos ni injurias ruidosas. Está hecho de esas miradas torvas con las nos protegemos del diferente, o de desdenes involuntarios cometidos al amparo de la costumbre, o de ínfimos actos de hostilidad no declarada contra ese vecino reciente al que en nuestro fuero interno nos resistimos a reconocer como semejante. Lo he vuelto a encontrar estos días, en circunstancias distintas. Estaba en el rostro airado de una cajera de sucursal de banco que atendía –es un decir- a una buena mujer eslava, abrumándola a explicaciones innecesarias mezcladas con reprimendas, recreándose en la suerte, y todo porque la pobre rusa, o georgiana, o búlgara, había firmado un formulario de reintegro un poco más a la derecha de lo indicado. Habría bastado con romper el papelito, coger otro y, con algo de paciencia y de educación, señalarle el punto adecuado de la firma. Pero el demonio del racismo taimado se empeñó en alargar el tormento, se veía que la banquera le había cogido gusto, y mientras tanto la clienta enrojecía conforme subía el tono de la filípica, pero es que hay que fijarse, le decía la bruja, y si no sabe leer se pregunta, que para eso estamos (y aquí un gesto de falsa magnanimidad brindado al público, vean cómo hay que manejar a esta gente, tomen apuntes que habla una experta), y la triste mujer poniendo cara de qué habré hecho yo para merecer esto, perdón, suplicaba, pero yo sólo quiero sacar cincuenta euros, llego tarde al trabajo. En la cola, división de opiniones. Y así hasta que otro cliente tuvo que pegar dos voces y obligar a la cajera a liquidar la operación. La mujer cogió su billete, lo metió en el bolso de donde sacó un pañuelo para disimular los pucheros y, humillada y cabizbaja, salió del banco hasta perderse entre las calles heladas. Ese mismo racismo pequeño, miserable, de perdonavidas paternalista, estaba al día siguiente en un centro de salud donde repartían números para el laboratorio, y donde el enfermero o celador o lo que fuera la tomó con un muchacho africano cuyo único delito fue hacer lo que todos, esperar su turno, pero cometió el error de preguntar. La respuesta del celador o lo que fuera fue peor que un insulto: una burda conferencia sobre el deber de adaptarse a las costumbres de cada lugar, con idéntica arrogancia que la gastada por la bancaria, con igual chulería, desde el mismo pedestal. Hay un racismo invisible que no tiene banderas, ni partidos, pero que el día menos pensado encuentra un energúmeno como Le Pen o como Haider y le entrega su voto gustosamente.
5 marzo 2005
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2005-03-05 01:00 | 1 Comentarios
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Comentarios
1
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De: Bambolia |
Fecha: 2005-04-29 15:31 |
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A mí me da la impresión de que es algo generalizado. En mi trabajo veo todos los días a inmigrantes solicitando documentación para el trámite de la legalización -el que finaliza dentro de poco- y algunos no saben casi hablar una palabra de castellano. Sé que la paciencia, cuando se está de cara al público, acaba agotándose, pero no es necesario humillar al otro para crecerse, para creerse superior... Las conversaciones que los españoles tienen en la cola, mientras esperan su turno, son de echarse a correr y no parar: asusta escucharlas, en serio.
Saludos
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