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SÍMBOLOS
Publicado en El Correo, 27.2.05
No parece que esta Europa nuestra, tan perfumadita de Constitución ella, esté muy dispuesta a ponerse de acuerdo para
algo tan sencillo como prohibir la exhibición de símbolos nazis, racistas y xenófobos. Los fracasados intentos de alcanzar un criterio unánime corroboran nuestras sospechas de días atrás, cuando papeleta en mano titubeábamos ante la sospecha de estar votando acerca de un puzzle incompleto o de un queso de gruyère. Pero seamos justos. Sólo una parte de la UE se ha negado a firmar la prohibición. Primero fue la Italia de Berlusconi –cosa hasta cierto punto comprensible, conociendo el percal- y ahora los reparos han venido del Reino Unido, Dinamarca y Hungría. Ni siquiera apelando a la proverbial hipocresía británica puede entenderse que el Reino Unido, el mismo país que hace unas semanas ponía el grito en el cielo al ver a uno de sus
príncipes disfrazado de miembro de las SS, se oponga a una medida tan juiciosa como necesaria. Por todo argumento, la ministra Jamieson ha justificado a su gobierno afirmando que «los símbolos no están en medio del problema de la xenofobia». Ah, el lugar de los símbolos. Seguramente la ministra tiene razón, no están en medio. De ahí su peligro. Están debajo, adentro, enredados en los pliegues más secretos del inconsciente. La parte visible de ellos no es más que el significante. Pero su significado, la parte oculta, suele llevar una carga explosiva incalculable que se activa de la manera más tonta. Por suerte, esta vez España respalda el acuerdo sin ninguna reserva. Lo curioso es que lo firmado sobre el papel no se ajusta exactamente a la realidad, tan propensa a comportarse de forma antirreglamentaria. En pleno 2005 ha tenido el Congreso que solicitar al Gobierno la retirada de una descomunal estatua ecuestre de Franco que todavía preside la Academia Militar de Zaragoza. Una pieza así es más que un símbolo: es un icono. Es decir, con ella no caben dudas sobre qué representa porque salta a la vista. Y las estatuas de Franco y su corte siguen haciendo ostentación de infamia en muchas poblaciones. Hablo de de Santander, Ferrol, Madrid, San Fernando, las que he visto. Hay más. A la vista de esas ofensas al sentido común y a la sensibilidad cívica, el único consuelo suelen darlo las palomas, que van dejando sus deposiciones en el cogote del generalísimo, en sus imponentes botas de caña, en la bocamanga de su uniforme. Cuando las he visto en acción, no me he podido resistir a ovacionarlas. Pero ya es hora de tomar el toro por los cuernos y no confiar a las palomas la destrucción de tanta señal ignominiosa. Pues quizá los símbolos en sí mismos sean objetos sin importancia. Sin embargo suele olvidarse que los carga el diablo.
27 febrero 2005
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2005-02-27 01:00 | 2 Comentarios
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