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PRÓLOGO
Publicado en Diario de Navarra, 19.2.05
Siempre he creído que el
Quijote era, ante todo, un libro de humor. Y me lo ha venido a confirmar ahora el
prólogo que le ha atizado un presidente autonómico en la edición que tengo en las manos. Es la misma que la Real Academia Española ha patrocinado y puesto en librerías con tan módico precio como rigurosa versión del texto, pero acompañada del sello gubernamental de una región que no es precisamente la manchega. Desconozco si otras comunidades habrán participado también en esta acción no sé si de apoyo o de pillaje sobre la obra cervantina. De la que veo y leo conteniendo la risa se han debido de editar unos 5.000 ejemplares, todos ellos avalados por la firma de un presidente cuyas dotes literarias son de todos conocidas. El presidente, que no acaba de coger el tranquillo a los signos de puntuación, se deshace en elogios a Cervantes. El presidente, que demuestra carecer de criterio para distinguir entre mayúsculas y minúsculas, pone una pica en Flandes cantando las excelencias del personaje de don Quijote. El presidente, que no guarda las preceptivas concordancias entre sujetos y verbos ni entre nombres y adjetivos, hace una lectura moral de la obra y nos anima a llevar a la práctica lo que él llama insistentemente «sus ideales». Y todo eso en apenas tres páginas antepuestas a las contribuciones de un tal Mario Vargas Llosa, de un tal Francisco Ayala, de un tal Martín de Riquer y de otro individuo que atiende al nombre de Francisco Rico, autores a quienes el presidente agrupa en el pelotón de «las mejores plumas del momento» (sic). A la sombra del centenario quijotesco se están cometiendo muchos desvaríos. Tal vez éste sea uno de ellos. No puede negársele al presidente su derecho y su deber de fomentar la lectura. Pero la mejor manera de hacerlo, cuando no se tienen todas consigo en las artes de la escritura, quizá no sea infligiéndole un prólogo nada menos que al
Quijote. Hay que reconocerle al señor presidente, cuyo estilo literario tiende a extraviarse en el jardín donde florecen los anacolutos, el coraje de haber escrito esta singular pieza de propia mano, sin encargársela al negro de turno ni someterla a la revisión de corrector alguno. A pecho descubierto. Con un par. Como habría obrado ese don Quijote tan espoleado por los dichosos ideales. O tal vez Sancho, guiado de su supina ignorancia. El señor presidente, que no deja pasar la ocasión de ser la novia en la boda y el niño en el bautizo aunque para ello haya que arrancarse por boleros o perpetrar atentados lingüísticos, ha perdido otra formidable oportunidad para permanecer callado.
19 febrero 2005
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2005-02-18 01:00 | 2 Comentarios
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