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Referéndum
Publicado en Diario de Navarra, 12.2.05
Es la hora del voto dubitativo, si se me permite el pleonasmo. En buena política, todos los votos deben llevar su dosis de vacilación. Pero en el caso de la Constitución Europea –ese mamotreto- las dudas son más que convenientes: inevitables. Y es lógico. El proceso de conformación de la UE encierra la suficiente complejidad como para hacernos vacilar en ciertos momentos. Por ejemplo, cuando se propone el ingreso de un país que no respeta los derechos humanos. Por ejemplo, ante acuerdos que favorecen al más fuerte y debilitan a los rezagados. Por ejemplo, cada vez que los burócratas se adueñan de nuestro destino y elaboran directivas y tratados ajenos al control democrático por parte de los ciudadanos. Quizá el texto de la Constitución Europea sea uno de esos productos de despacho. Su farragoso articulado despide un tufo a covachuela que tumba. No digo que nuestra Carta Magna continental debiera ser una ceremoniosa declaración de principios huecos. Pero entre un reglamento de régimen interior como viene a ser éste y una filigrana retórica sin otra cosa que boato hay un término medio donde podríamos habernos encontrado todos: políticos y ciudadanos, gente de a pie y funcionarios laboriosos. De estos últimos proviene uno de los reproches más falaces que he oído contra la abstención y contra el voto negativo: «Es muy fácil criticar el trabajo de años de tanta gente cuando uno ni siquiera se molesta en leer el documento». En efecto, los sondeos dicen que el 90 % de la población no se lo ha leído. Llámenles apáticos, analfabetos o irresponsables, si eso les tranquiliza la conciencia. Y párense a pensar acto seguido en el porqué de esta ignorancia. En materia de decisiones democráticas, no es trabajo bien hecho el que no sabe culminar la jugada con la necesaria operación de didactismo y de divulgación persuasiva. Algún motivo habrá para que nuestros gobernantes hayan optado por encomendar a los titiriteros y no a los sabios la labor de empujarnos a las urnas. Les confieso que cuando oigo llamadas al voto de boca de un doceañero personaje de serial cómico, me entran ganas de seguir la consigna de los portugueses: votar en blanco, como en el Ensayo sobre la lucidez de Saramago. Una campaña tan reacia a informar, tan declaradamente volcada en la búsqueda del asentimiento a ciegas, del acto de fe, no puede sino inspirar sospechas. Si el principal déficit de la Europa en construcción ha sido justamente el poco peso de la voluntad popular, no parece que el referéndum venga a repararlo. En situaciones como ésta el «no» cautelar puede ser más europeísta que un «sí» a empujones.
12 febrero 2004
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2005-02-12 01:00 | 2 Comentarios
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