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RUIDO
Publicado en El Correo, 23.1.05
Me temo que hay que revisar los instrumentos de medida. Me refiero a la medida de los asuntos palpitantes. Da la impresión de que lo trascendental para unos es insignificante para otros y viceversa, de que ninguna cuestión tiene por sí sola otro valor que el otorgado arbitrariamente por quienes la echan a la arena, por lo general haciendo aspavientos de barítono. Lo digo porque en mi reducido ámbito de observación no percibo gran interés por ciertas cosas que ocupan los editoriales de prensa y las tertulias radiofónicas. No es que no aparezcan en nuestras conversaciones. Hablamos de ellas, continuamente, pero lo hacemos como cumpliendo un servicio intelectual obligatorio, por aparentar que estamos al cabo de la calle y con la conciencia en forma para responder a los retos de la actualidad. Luego volvemos a nuestros asuntos de verdad sin poder disimular el escaso entusiasmo que nos inspiraban los otros. Según el baremo oficial, por ejemplo, uno de los primeros puestos del hit parade lo ocupa el tema titulado «El plan Ibarretxe». Como si todos lo tarareasen. Y pisándole los talones viene el clero pontificando sobre el uso de los preservativos, acompañado a la guitarra por don Manuel Fraga. Los comentaristas analizan a fondo lo dicho por uno y otros, y ese fervor de hermeneutas se confunde con el interés nacional. La sobrevaloración de los hechos insufla una autoestima desmedida en sus protagonistas, de tal modo que acaban creyendo que los ciudadanos se despiertan cada mañana preguntándose por el devenir del plan y atentos a las oscilaciones de la Iglesia en materia de gomitas. Pero la mayoría de la gente tiene otras preocupaciones. Incluso los vascos y los católicos. Ocurre como con los europeos, que no por el hecho de pertenecer a la UE vivimos pendientes de una Constitución remota y verde en lo tocante a su penetración en la sensibilidad popular. En el mejor de los casos, son asuntos que llaman la atención por el lado negativo. El plan del presidente vasco preocupa porque mete el miedo en el cuerpo a quienes se ven excluidos de sus buenas intenciones. La voz de la Iglesia respecto de los condones causa alarma cuando se piensa en ese Tercer Mundo acribillado por el sida. Bien mirado, preocupar y alarmar también son maneras de darse importancia. Pero no las más recomendables. En el corto plazo, provocan sacudidas del ánimo que bien pudieran confundirse con gestos de respeto aunque no sean más que reflejos espontáneos. A la larga, sólo engendran malestar y aburrimiento. O chistes, como los que se han ganado con todo merecimiento los obispos y el torpe de Fraga, por no mencionar los que ridiculizan a Ibarretxe en su camino a la tierra prometida.
23 enero 2005
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2005-01-24 01:00 | 2 Comentarios
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