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LA MADRE
Publicado en El Correo, 19.12.04
Quien no quedó impresionado es que ha perdido el alma. El discurso de Pilar Manjón ante la comisión investigadora del 11-M fue un exacto compendio de dolor, lamento y crítica. Fue el discurso que correspondía a una madre que se presenta con la sola compañía de su tristeza llevando en brazos la sombra de su hijo muerto. La retórica política tiende a encasillar palabras y gestos en un espectro de intereses partidistas, favorables a unos y perjudiciales para los otros. Habituados como están los políticos –en parte por oficio, en parte por deformación perversa- a recitar siempre con parecido sonsonete, ni en las circunstancias más excepcionales entienden que hay otro lenguaje superior ante el que sucumbe cualquier jerga leguleya y burocrática como la habitual en la Cámara. Es un lenguaje más humano, que quizá políticamente resulte incorrecto no por lo que expresa, sino porque suena raro a los oídos estrechos. Pilar Manjón se expresó en el inoportuno dialecto de las víctimas, un idioma hecho de quejas y de llantos, de amargura y de ausencia, de reproche y pena. Cómo no sentirse entonces aludido por esas denuncias, aunque no tuvieran un destinatario único. La filípica de esta madre sin hijo puso en evidencia a los políticos que investigan, a los periodistas que informan, a los ciudadanos que observan, a los funcionarios que cumplen diversas funciones, por la sencilla razón de que su dolor es intransferible y nadie, por mucha empatía que ponga en comprenderla, podrá nunca colocarse en su lugar. Algunas reacciones extemporáneas la han acusado de intromisión en la tarea de los políticos, sin darse cuenta de que al decir esto se están delatando: vienen a confesar que el político se ha inmiscuido en la tragedia para sacar provecho de ella. El impacto de las palabras de Pilar Manjón no deriva de su acierto ni de su error, sino de su estricta humanidad. Con su voz apagada pero firme, consiguió elevar el tono de las discusiones a una altura muy próxima a la verdad, ese territorio donde al parecer algunos se sienten incómodos o desprotegidos. Es su problema, no el de ella. A las víctimas les corresponde enseñarnos sus llagas para recordarnos que esta es la cruda realidad. A los políticos, tomar medidas para suavizarles el dolor y para evitar que vuelva a suceder. Por fortuna, dio la impresión de que la gran mayoría supo entender el mensaje. Los rostros de muchos comisionados eran un poema elegíaco lleno de sinceridad. Venían a decir que todo aquello los dejaba mudos, impotentes y en cierto modo avergonzados. Eso los dignifica. Otros escogieron el camino equivocado y se aprestaron a descalificar a la madre del hijo muerto con el argumento de su carné sindical. Pobres desgraciados.
José María Romera
19 diciembre 2004
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2004-12-19 01:00 | 3 Comentarios
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