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TRATAMIENTOS
Publicado en El Correo, 12.12.04
Tienen también los gobiernos sus instrucciones de uso, como las tienen los fármacos o los aparatos electrodomésticos. Lo que ocurre es que no suelen venir escritas en prospectos, carencia ésta que provoca de vez en cuando ciertos malentendidos de estilo en las autoridades menos avisadas. Para evitar en lo sucesivo situaciones ambiguas o embarazosas, el gobierno socialista acaba de anunciar unas medidas que en conjunto integran lo que bien podría llamarse un reglamento de buenas maneras. Las hay de orden ético y de orden estético. Unas tocan al fondo y otras a las formas de gobernar. Unas son digamos que preventivas, y otras palmariamente coercitivas. Yo las veo bien. Uno ha conocido demasiados casos de gente honrada sobre el papel que, una vez encaramada a la poltrona, perdió el oremus y con él la vergüenza. O se endiosaron o cayeron directamente en el pozo de las corruptelas. Alguno hubo incluso que fue más lejos y se pringó de corrupción con todas las letras. Me parece bien, ya digo, que los ministros se sientan vigilados, y no porque desconfíe de su integridad, sino porque el peor efecto del poder es que tiende a despistar a quien lo ostenta. De modo que bienvenidos sean los controles, las incompatibilidades y la obligación de declarar bienes y propiedades. Lo que no encuentro tan justificado es la intención de quitarles el tratamiento. Admito que lo de «excelentísimo» e «ilustrísimo» es de un rancio que tumba, y que, puestos al lado de algunos nombres que con su permiso me abstengo de mencionar, provocaban más hilaridad que respeto. Cuanto más largo es el título, menos importante es el puesto, sentenció un viejo cortesano. En la historia de este país y de sus instituciones se ha abusado mucho de ese criterio métrico de la autoridad cargada de epítetos honoríficos, polisílabos, esdrújulos y otras ‘sesquipedalia verba’ a las que los más vanidosos se agarraban con la misma firmeza que al coche oficial. Pero no se trata de mantener tratamientos apolillados para ponerlos un día en la esquela del ABC, sino de conservar algún signo de distinción en la forma de llamar a los altos cargos. El señor Jordi Sevilla, que anunció el proyecto, es muy libre de desembarazarse de ese olor a alcanfor de corte que lleva el «excelentísimo». Incluso, si ese es su deseo, podemos hablarle de tú directamente y así aparentar que todos somos coleguillas. Pero el español –me refiero al idioma, no al ciudadano- es muy traidor para estas cosas. Tan traidor, que hoy te dejas apear el tratamiento y mañana el ordenanza del ministerio te está llamando «jefe» en el sentido menos jerárquico y más coloquial de la palabra. Aquí pasamos del tuteo al puteo sin escala intermedia. Así que quedan avisados nuestros ministros.
José María Romera
12 diciembre 2004
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2004-12-14 01:00 | 1 Comentarios
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