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QUIJOTESCA
Publicado en El Correo, 7.11.04
Confiemos en que los 400 años de edad no caigan sobre el Quijote como una nueva losa que vuelva a sepultarlo en el olvido apenas acabe el tiempo de los fastos. El sino de la novela cervantina, su maldición, ha sido el sinnúmero de barreras equívocas que le han ido separando de sus lectores. Y hablo de sus lectores españoles, porque en otras partes es costumbre tratar con el hidalgo casi desde las primeras letras. La no menos disuasoria de esas alambradas ha sido y sigue siendo la solemnidad, la hondura, la pompa y circunstancia con que malos profesores y engolados académicos se refieren todavía a una obra llamada por encima de todo a la risa. Lo ha vuelto a decir Francisco Rico, el padre de todas las ediciones conmemorativas del Quijote: es un libro divertido. Así lo entendieron los lectores ingleses del siglo XVII, los primeros en apropiarse de un libro despreciado en su tierra, y los pioneros también de una tradición de quijotismo narrativo que perdura hasta hoy en las literaturas anglosajonas. Nunca he comprendido esa idea generalizada de que leer el Quijote constituye una especie de proeza similar a la ascensión de un ochomil o la superación de una carrera de maratón. Nunca he visto en sus páginas esos supuestos escollos lingüísticos, estructurales o históricos que al parecer hacen de ella un campo de minas para el lector medio, y hasta me temo que para el culto. ¿Que de vez en cuando no se entiende bien un pasaje, una frase, una situación? Flaca excusa en tiempos como éstos en que soportamos paletadas de mensajes plagados de claves secretas, de informaciones que se nos escapan, de signos indescifrables, y sin embargo los consideramos parte de nuestro paisaje o incluso de nuestra educación sentimental. Mucho más herméticos son algunos vídeo-clips. Cualquier programa de televisión para tontos –disculpen el pleonasmo- exige mayores conocimientos previos que cien páginas del Quijote. Claro que se trata de conocimientos distintos. El Quijote nos enfrenta, con su transparencia honda y humana, a la vida puesta en el límite entre realidad y sueño. En cambio la mala novelería audiovisual de nuestro tiempo nos aleja de la vida. Si algún esfuerzo se exige para transitar por la novela de Cervantes, éste es el de ir con los ojos limpios y la mente despejada. No para cumplir una especie de servicio cultural obligatorio, sino para gozar sin prevenciones del placer de un gran libro cercano a nosotros, cuyas huellas siguen quedando en todas partes sin nosotros darnos cuenta. Bienvenidos sean los actos conmemorativos, los congresos, las publicaciones, los festejos. Pero procuren los celebrantes que esos fuegos artificiales no espanten a futuros lectores.
José María Romera
7 noviembre 2004
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2004-11-09 01:00 | 2 Comentarios
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