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FOGONES
Publicado en Diario de Navarra, 23.10.04
Los cocineros no tienen la culpa. ¿Quién se negaría a pagar si viera venir enfrente a un tipo o a una cuadrilla amenazando con echarlo al mar calzado con un bloque de hormigón? ¿O con hacer volar por los aires su negocio? Lo hemos visto en las películas. La mecánica de la extorsión nos resulta familiar porque repite hasta la saciedad el esquema y el dilema. O pagas o te enteras. Pero también: si pagas contribuyes a sufragar los desmanes de la banda. Es decir, que indirectamente te conviertes en colaborador de asaltos, secuestros y asesinatos. Esto lo sabemos todos. Lo que ocurre es que unos ceden y otros resisten. La divisoria no es exactamente la misma que separa a valientes de cobardes. Hay quienes han pagado por adhesión, tal vez los menos. Otros se han resistido a hacerlo por imposibilidad material: no les llegaba, así que eran héroes a la fuerza. Cuando salgamos de este largo y oscuro túnel descubriremos historias sorprendentes. Unas devolverán el honor a empresarios marcados por la sospecha y otras estarán cargadas de mezquindad allá donde suponíamos coraje. No hay que ser adivino para comprender a qué límites de podredumbre lleva el imperio del terror. Uno de esos límites podría estar precisamente en creer a pie juntillas las declaraciones de un facineroso que ha soltado cuatro nombres. Sería bastante higiénico no cebarse en ellos hasta tanto no se cumplieran dos condiciones. La primera, que la acusación se convirtiera en cosa probada. Y, en segundo lugar, que conociéramos los nombres de todos los pagadores. Eso cambiaría mucho la perspectiva. Pero entretanto hay algo de preocupante en la reacción de los cocineros y de cuantos han hecho piña en torno a ellos para defenderlos del a ratos virulento acoso mediático. Son sus argumentos de defensa pública. Es esa apelación teresiana a los pucheros como poco menos que garantes de una inmunidad política, social y moral. Es la machacona apoyatura en la idea de que ellos, los cocineros, sólo trabajan para hacer felices a sus clientes. Es probable que se lo crean, porque la Cocina vasca –al igual que otros gremios- ha pugnado denodadamente para confundir su boyante situación con la de la tierra donde ejerce. Si a ellos les iba tan de perlas, ¿cómo pensar que el país era un polvorín? Si sus kokotxas satisfacían tanto a los príncipes como a los truhanes, ¿cómo hablar de grietas sociales? Esta ficción es la que ha mantenido a ciertos iconos de masas en la angelical altura de las nubes, de donde no descendieron ni siquiera cuando los terroristas mataron a
uno de su gremio. Ahora han caído de golpe en sus propias cazuelas y se han dado cuenta de lo mucho que quemaban.
José María Romera
23 octubre 2004
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2004-10-23 01:00 | 3 Comentarios
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Comentarios
1
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De: un_amigo |
Fecha: 2004-10-25 19:14 |
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me temo que el que paga (independientemente que sea cocinero, mecánico o taxista) es, en la mayoría de los casos, por terror a lo que pudiera pasarle.
responsable (decir culpable a lo mejor es mucho) de esta situación es el gobierno vasco que no protege y apoya a quien se resiste a pagar, sino que prefiere mirar a otro lado y pensar que eso -el chantaje y la extorsión- forman parte de la soberanía del pueblo vasco (craso error, diría yo).
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2
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De: delfín |
Fecha: 2004-10-25 20:02 |
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El que paga tiene la eximente del miedo y la agravante del destino criminal de sus dineros. No me gustaría estar en su pellejo, ni tampoco en el de quien juzga su delito.
De acuerdo con tu segundo párrafo, pero insisto en que quizá algún día nos llevemos sorpresas respecto de quién pagó, quién se resistió a hacerlo, qué han hecho los gobiernos (el vasco sobre todo, pero también el navarro, y el de España, y el francés) para proteger a los extorsionados, hasta dónde ha llegado el largo brazo de la ley del silencio...
En este siniestro asunto mantengo, sin embargo, una idea elemental pero clara: cuando un empresario con recursos recibe el recadito, en vez de ingresar el dinero en la caja de la banda podría destinarlo a contratar medidas de seguridad. Siempre es mejor contribuir a la creación de empleo que a la creación de sepulturas.
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