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MARK TWAIN
Publicado en El Correo, 13.6.04.
De la diestra mano de
Federico Eguíluz llega traducida, por fin, la ‘
Autobiografía’ de Mark Twain ochenta años después de publicarse póstumamente, como ordenó el autor. Llega con las oportunas correcciones y supresiones de elementos inútiles hechas en los años sesenta por Charles Neider, quien fijó la edición definitiva de este libro formidable (adjetivo innecesario en Mark Twain, porque en él todo es formidable, empezando por su propia persona). Todavía hay quien ve en Twain a un escritor para niños un poco traviesos que se identifican con Huck Finn o Tom Sawyer. O quienes lo toman por un ingenioso humorista más o menos punzante que de vez en cuando suelta frases para la carcajada puestas en boca de personajes estrambóticos como Cabezahueca Wilson. Es mucho más que eso. Don Samuel Langhorne Clemens –que así se llamaba- ponía en sus escritos talento, inteligencia y corazón para acercarse al género humano con tanta comprensión como sarcasmo, disfrazando de escepticismo su irremediable amor por sus semejantes. Leyéndolo nos damos cuenta de que el «sueño americano» no es esa megalomanía embrutecida a la que nos tienen acostumbrados muchos bárbaros de la plana mayor estadounidense, sea en la política, sea en el cine, sino un arraigado espíritu que se nutre de valores como la libertad individual, la voluntad y el deseo de progreso. Las casi quinientas páginas de la
Autobiografía no hacen sino reforzar la lealtad que le profesamos sus incondicionales. Nos demuestran que el ‘estilo Twain’ debe menos al prodigioso dominio de unos recursos narrativos y expresivos que a una actitud ante la vida. Una rara combinación de apego y distancia, de entusiasmo y de indiferencia, de inconformidad y de estoicismo. Mark Twain fue siempre un rebelde de alto voltaje moral que plantó cara a la injusticia y luchó a brazo partido por la igualdad de los seres humanos. Pero lo hizo con las armas del humor. Entiéndase: no de ese humor efectista que se complace en la caricatura fácil y la risa barata, sino del que actúa mostrándonos a sus seres (en su mayoría reales, como desvela el libro) en su ingenua ridiculez o bien delega en la inteligencia del lector para que él mismo descubra la armazón de un apunte irónico. Aun en los momentos más vitriólicos, Twain no consigue ocultar su infinita bondad, al igual que sus bromas nunca dan puntada sin hilo por más que parezcan guiños inocentes. La bienvenida versión, impecable, de esta ‘Autobiografía’ sólo podía servirla un traductor que, aparte de saberlo todo sobre literatura norteamericana, fuera él mismo como un personaje salido de la pluma de Twain. Quedan pocas personas con la capacidad de regocijo de Federico Eguíluz, otro maestro.
José María Romera
13 junio 2004
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2004-06-13 01:00 | 3 Comentarios
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Comentarios
1
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De: sally |
Fecha: 2005-04-08 21:31 |
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i hate you
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