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EL TUBO
Publicado en Diario de Navarra, 12.6.04
Agradecería en el alma que todos los puristas del castellano –oficio éste para cuyo desempeño no es menester dominar el idioma, sino estar dotado de una ilimitada capacidad para ver la paja en el ojo ajeno- declararan una tregua e invirtieran ese tiempo de descanso en la lectura del diccionario, la gramática y la ortografía del español. Se llevarían una enorme sorpresa. Muy parecida a la de quien se mira al espejo y descubre un lamparón en su camisa después de llamar guarro a su hijo porque va sin afeitar. Aquí no nos libramos nadie, amigos. El desmantelamiento del castellano es una operación a gran escala a la que todos contribuimos sin desmayo. Hace algún tiempo oí conversar a dos señoras en el mercado. Hablaban de los estudios de sus retoños, y una de ellas no ocultaba su satisfacción: «Pues el mayor ya acabó la carrera y ahora se va a Estados Unidos a hacer un monster». «Querrás decir un hámster», le corrigió la otra. Risas aparte, es la típica situación que un purista habría aprovechado para tirar de fumigadora y arremeter contra la ignorancia popular, la invasión de anglicismos y otras dolencias del castellano actual. Es lo que hacen cada vez que descubren un «a nivel de» o una hache fuera de sitio. Pero la ignorancia tiene perdón, como quizá también lo tengan (aunque menos) el descuido involuntario, las prisas, los lapsus linguae y los tropiezos de escolar. Lo verdaderamente intolerable en materia de lengua es el dislate cometido por afectación. Nada hay peor que un pedante armado de eufemismos y de vocablos de moda creados para entorpecer la comunicación y no para hacerla más fluida. Las grandes heridas del idioma no las producen las patadas propinadas al diccionario por un palurdo en la tasca, sino los perifollos con que adornan su verbo sus señorías en el parlamento, sus minorías en las tribunas políticamente correctas, los cronistas del balompié, los académicos a la violeta, los charlatanes de alto copete que venden su mercancía en la pantalla, muchos escritores más huecos y oscuros que un tubo de chimenea, gentes para las que el idioma no tiene otra función que la cosmética. Lo emplean para acicalarse con él en vez de usarlo como herramienta de expresión. El castellano está infectado de una corriente galopante de palabrería empingorotada que lo va haciendo irreconocible, y de eso no tiene mucha culpa el hablante llano. Cuando oigo a uno de estos farsantes invocando a Nebrija mientras da grititos histéricos porque acaba de toparse con una «almóndiga» o un «ostentóreo», me quedo con la señora del hámster. Ella no me robaría la cartera.
José María Romera
12 junio 2004
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2004-06-12 01:00 | 4 Comentarios
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Comentarios
1
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De: Luis Alfonso |
Fecha: 2004-06-12 17:44 |
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¡Cuánta razón tienes, José María! ¿Sabes qué gremio da unas patadas al idioma de mucho cuidado cuando lo usa para intentar disfrazar la nadería? El de los periodistas dedicados a lo paranormal. A ver si me pongo a ello y presento un día de estos ejemplos de disparates de varios libros. A su lado, la 'catástrofe humanitaria' , la 'persona humana' y los 'ocho mil efectivos' son errores de nada.
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De: Delfín |
Fecha: 2004-06-12 21:30 |
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Vengan esos disparates, L. A. Ya sabes que me divierto de lo lindo leyendo necedades y más cuando provienen de seudocientíficos, de charlatanes y de embaucadores. Lástima no tener tiempo ni paciencia para ocuparme de ellos.
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