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EL DESEO DE AGRADAR
Publicado en El Correo, 19.5.04, y Sur, 24.5.04
El deseo de agradar
Un sano comportamiento emocional consiste en mantener el equilibrio entre la propia seguridad y las satisfacciones que nos depara el reconocimiento ajeno
No cabe duda de que estamos en la era de las opiniones. Ya no somos únicamente lo que creemos o procuramos ser, sino que también nos define la imagen que de nosotros se hayan formado los demás. La pérdida paulatina de los espacios íntimos nos ha dejado expuestos al juicio público en nuestras casas con tejado de cristal, vigilados por ojos ajenos en cualquier hora y lugar. De manera que debemos estar presentables en escena, y para ello seguir las pautas impuestas, actuar mirando a la aprobación de nuestros semejantes, agradar a todo bicho viviente.
Sin duda es este uno de los factores que influyen en el desconcierto del hombre contemporáneo y también una de las principales causas de su enajenación. Cuando el norte de la conducta no apunta al propio criterio sino al reconocimiento o el aplauso de los otros, se incrementa la dificultad de forjar proyectos de vida firmes. Somos como esos líderes políticos sin ideología ni principios que, a fuerza de sondear las tendencias que le procurarán más votos, acaban sumidos en el fracaso de sus contradicciones.
La psicología de la autoestima y de la construcción del Yo predica incesantemente el desprecio de la opinión ajena. Sólo hay que hacer caso a la voz interior, leemos en todos los libros de autoayuda. No hay que dejarse influir por el qué dirán. Las verdaderas satisfacciones nos las procura la conformidad con nosotros mismos, aunque con eso contrariemos o disgustemos a otras personas. Son sin duda magníficos consejos, por otra parte nada nuevos. «Complace a todos y no complacerás a nadie», ya advertía
Esopo.
Sin embargo algo nos dice que tampoco podemos ponernos el mundo por montera. Hasta las personalidades más robustas dejan un resquicio, consciente o inconsciente, a los avisos que les llegan del exterior. Ser firme en la toma de decisiones no significa estar cerrados a la crítica ni mucho menos caer en el engreimiento de considerar que llevamos toda la razón y de que nada nuevo puede enriquecernos. Por regla general, los caracteres ensoberbecidos y pagados de sí mismos son resultado de la rigidez de ideas más que de la armonía interior.
El toque está en escoger cuándo y en qué medida es recomendable buscar la aprobación externa. No, desde luego, entre las multitudes. Caer bien a todo el mundo, sobre ser un imposible, sólo conduce a la pérdida de rumbo. Pero el deseo de agradar a los seres queridos, aun cuando eso suponga alguna forma de claudicación en las propias convicciones, es un síntoma de buena salud emocional. Como señaló
Bertrand Russell, «muy pocos pueden ser felices sin que aprueben su manera de vivir y su concepto del mundo las personas con quienes tienen relación social y muy especialmente las personas con quienes viven». Del mismo modo, hay circunstancias en que nuestras capacidades no alcanzan a discernir dónde está lo correcto y dónde lo erróneo: pedir consejo a los más avezados y tratar de obtener su asentimiento nos ayuda a mejorar.
Como en casi todos los órdenes de la vida, es cuestión de medida. Nada de ilícito hay en sentirse recompensados por un sí, un gesto de reconocimiento, una manifestación de gratitud. Antes al contrario, el hecho de sentirse valorado refuerza la propia estimación y sirve de estímulo para marcarse nuevas metas. Siempre y cuando la búsqueda de aprobación no se convierta en pauta suprema de conducta ni interfiera con nuestros principios o nos bloquee en el desconcierto, puede constituir un interesante factor de armonía. Estar a bien con los demás no es incompatible con mantenerse firme en el propio centro. Agradar a la gente no siempre denota carencia de personalidad, sino que puede ser una señal de inteligencia y de sentido del respeto.
Sólo si depositamos todas nuestras expectativas en la ‘nota’ que nos vayan a poner los otros estamos en el camino equivocado. Entre la dependencia de la opinión ajena y el sano deseo de recibir aprobación hay una enorme distancia, la misma que media entre el esclavo y el hombre libre pero sociable. Es esclavo quien recurre a la adulación y no al elogio, quien cambia continuamente de manera de pensar y de actuar según soplen los vientos exteriores, quien trata de impresionar al resto en todo momento. Por el contrario, son sociables las personas capaces de agradar buscando la fórmula de hacerlo sin que eso suponga incurrir en la contradicción o sin caer en el abatimiento cuando no logran su objetivo.
Un sano comportamiento emocional consiste en mantener el equilibrio entre la propia seguridad y las pequeñas o grandes satisfacciones que nos depara el reconocimiento ajeno. Hay personas que, para aparentar firmeza, se obstinan en mostrarse malhumoradas, desapacibles, despectivas o intransigentes. Consideran que de ese modo son inmunes a los vientos que soplan del exterior, pero en el fondo esconden una necesidad de llamar la atención que, en definitiva, es otro modo más neurótico de pretender la aprobación ajena. Pues siempre habrá algún incauto que admire ese comportamiento creyendo ver en él la señal de la fortaleza. También ellos están pidiendo a gritos la ovación. También ellos van en busca un espejo que les devuelva una imagen de sí mismos de la que carecen.

José María Romera
19 mayo 2004
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2004-05-21 01:00 | 6 Comentarios
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Comentarios
1
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De: Delfín |
Fecha: 2004-05-21 20:47 |
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La imagen de abajo es un pequeño homenaje a Tony Randall, d.e.p.
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De: Xavier Molina |
Fecha: 2004-06-02 00:04 |
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Muy bueno, quizás es el equilibrio que les falta transmitir a algunos psicólogos en sus discursos para conseguir la libertad emocional y las seguridad en uno mismo.
No es necesario que gustemos, pero muy recomendable intentar gustar.
Insisto muy bueno.
Xavi.
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3
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De: Txema |
Fecha: 2006-08-09 15:15 |
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Dos citas que vienen al caso:
"No despreciéis nunca demasiado la opinión opuesta a la vuestra". (Arturo Graf 1843-1913).
"Los que no se retractan nunca, se aman más a sí mismos que a la verdad". (Joseph Joubert 1754-1824).
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4
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De: marce |
Fecha: 2007-08-22 22:09 |
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nuca es tarde para agradar
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