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HUMILLACIÓN
Publicado en Diario de Navarra, 15.5.2004
Humillación
Ante ciertos hechos, la pretensión de articular un pensamiento coherente es un empeño inútil. Un buen ejemplo lo dan las fotografías de unos soldados estadounidenses humillando a prisioneros iraquíes mediante procedimientos dignos de una película
gore. Digo humillando, y me quedo corto. Pero lo que en realidad me gustaría no es quedarme corto, sino distanciado. A mil años luz de estos bellacos de ambos sexos, de estos animales de bellota tan satisfechos de sus hazañas que, lejos de silenciarlas como hasta ahora indicaba el manual del buen torturador, las han plasmado con sus cámaras de turista. Como quien se saca unas fotos al lado de la novia en el banquete nupcial, o junto a Pluto en Disneylandia, o haciendo el ganso con la tuna el día de la licenciatura. La mezcla explosiva de aberración militar y retraso mental produce estos resultados. Nada ganamos con darles vueltas para buscar explicación a algo sobradamente estudiado por los loqueros y los criminalistas. Y sin embargo la mirada se queda prendida a esos cuadros en un extraño efecto magnético. Será tal vez porque los verdugos no sólo son patanes machos de facciones patibularias, sino también una recluta hembra que no tiene media torta. O porque se nota una especie de regodeo sucio en los gestos victoriosos, en la tortura escenificada, en el humillado espanto que reflejan los rostros de los presos desnudos, amontonados en el sentido más soez del término. O porque, aun en estado de guerra y con el estremecedor contrapunto de una degollación también filmada, todo esto parece una pesadilla y las pesadillas nos persiguen hasta fuera del sueño. No, el único pensamiento que merecen estas villanías es la ausencia de pensamiento. Durante estos días han corrido ríos de tinta para argumentar en contra de las torturas. Como si hicieran falta argumentos. A estas alturas ningún ser humano un poco barnizado de civilización tendría que plantearse el asunto, sino exigir el inmediato castigo de los torturadores y, de paso, la no menos inmediata dimisión de sus mandos, empezando por quienes declararon una guerra amparados en la mentira. Pero a pesar de todo reflexionamos, como empeñados en negar la evidencia a fuerza de mirarla detenidamente. El exceso de luz ciega tanto como la oscuridad absoluta. Todos esos flashes delatores que nos han permitido entrar en las mazmorras de Irak son fogonazos de engaño para la mente. A primera vista nos muestran a una soldado arrastrando a un prisionero con la soga al cuello. Observada varias veces la misma fotografía, puede acabar pareciendo la de una dama que pasea su perrito por el parque.
José María Romera
15 mayo 2004
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2004-05-15 01:00 | 1 Comentarios
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