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EL ABURRIMIENTO CREATIVO
Publicado en El Correo, 5.05.2004
En una sociedad que nos ofrece una inabarcable oferta de entretenimiento, cada vez es más la gente que opta por no hacer nada como reacción a la actividad frenética
Asociamos el aburrimiento con la monotonía y la rutina. Las actividades cotidianas, la falta de variaciones, nos aburren porque carecen del aliciente de lo novedoso. Una vida tejida de repeticiones es aburrida, como lo es también un libro que no nos descubre algo distinto o un viaje en el que no encontramos nada que atraiga nuestra atención.
Pero, ¿es posible aburrirse en una época donde tanto la vida pública como la privada se nos ofrecen repletas de acontecimientos, despojadas de aquella linealidad previsible en que se desenvolvía la existencia de nuestros antepasados? En cierto modo, el signo distintivo de esta era es el sobresalto, el espasmo, la agitación. «Nuestro tiempo -escribía Samuel Beckett hace ya décadas- es tan excitante que a las personas sólo puede chocarnos el aburrimiento». Comprendemos que ante esa vorágine alguien se sienta agobiado, sobresaltado, inseguro o abrumado; pero no aburrido.
Y sin embargo vivimos rodeados de gente quejosa de su aburrimiento. En realidad se trata de otra forma de insatisfacción, no derivada de la falta de oportunidades para llenar el tiempo, sino de la sensación de sinsentido entre tanta oferta de entretenimiento. Los trabajos poco gratificantes, las diversiones baladíes presentadas como grandes espectáculos excitantes, la tediosa repetición de piruetas televisivas se nos antojan secuencias circulares de una misma órbita alrededor de la nada. Porque en definitiva el tedio no proviene tanto de la ausencia de acción o distracciones como del sentimiento interior de vacío. Nos aburrimos con aquello que no nos llena, aunque nos mantenga ocupados. Nos aburrimos porque, como decía Montesquieu refiriéndose a los príncipes y la gente importante, hemos sido educados para no aburrirnos jamás.
Afrontar la quietud
Se diría que el individuo de las sociedades desarrolladas ha experimentado un proceso evolutivo que le hace buscar a cualquier precio objetos que le entretengan librándole de sus cargas y de sus cuitas; la pasividad, la quietud y el silencio le desconciertan, es más, le inquietan. Parar el tiempo es morir, en cierto modo. Pero esa entrega al movimiento perpetuo en busca de incentivos desemboca una especie de fatiga que, a su vez, le exige descanso. Y es llegado a este punto donde descubre su falta de recursos para afrontar la quietud. Es la paradoja de la hiperactividad: agota pero precisa de nuevas y más fuertes dosis de excitación para calmar sus efectos.
Algunos observadores de la conducta humana empiezan a atisbar un retorno creativo al aburrimiento, al tedio. Cada vez es más la gente que prefiere quedarse en su casa antes que salir por salir, o que consume espacios muertos sin atender a los reclamos de ocio que le llegan del exterior. No es que carezcan de amistades, de hobbies o de recursos para permitirse un capricho. La suya es una decisión voluntaria.
En su libro 'La petite philosophie de l'ennui' (Pequeña filosofía del aburrimiento, éditions Fayard), el filósofo noruego
Lars Svendsen ha explorado en las dimensiones positivas de un nuevo modo de aburrirse que no es fruto de carencia o de depresión anímica alguna, sino un ejercicio de libertad. ¿Por qué no dejar pasar las horas, de vez en cuando, en el límite de la inacción, dejándose llevar por los pensamientos sin por ello sentirse fuera del mundo o de cara frente al vacío? Claro es que, en tal caso, ya no se trataría de un aburrimiento (del latín 'ab horrere', es decir, horrorizarse), sino de un reencuentro amistoso con el Yo; o incluso con el Nosotros, pues también se pueden compartir tiempos vacíos con la pareja o las amistades sin hacer nada, disfrutando de la mera compañía.
Según Svendsen, esta es también una respuesta a la presión del tener, del hacer, del producir alienante. El bostezo es revolucionario. Las ilusiones no se proyectan hacia actividades frenéticas o apasionantes, sino que miran a un reposo que ya no es una pérdida de tiempo, sino una reconquista del mismo, arrancado de las garras acuciantes del sistema y sus consignas productivas, lúdicas o dinamizadoras.
Es otra forma de sobriedad que pone coto a la opulencia moderna. Contra el consumo sin límite ni criterio, la economía de gasto. Frente a la sobrecarga de información, las fases de ayuno de prensa y de televisión. Y también: contra la diversión precocinada, organizada e impuesta, el aburrimiento de la vida sencilla. Una especie de 'beatus ille' en el que la austeridad no es privación ni condena, sino descubrimiento de un espacio propio que nos abre nuevos horizontes.
José María Romera
5 mayo 2004
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2004-05-05 01:00 | 4 Comentarios
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Comentarios
1
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De: Max |
Fecha: 2004-05-05 17:48 |
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¿Está traducido al castellano el libro de Svedsen? He preguntado y no me dan señales. En Internet tampoco aparece.
Saludos
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2
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De: Delfín |
Fecha: 2004-05-06 09:22 |
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Creo que no. Hay traducciones del noruego original en varios idiomas, pero yo conozco la francesa. Del verano de 2003, más o menos.
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3
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De: Mari Pili |
Fecha: 2004-05-13 14:52 |
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Bravo, José María. Precioso artículo. Hay que desenmascarar la idiotizante industria del entretenimiento. Nos va la felicidad en ello.
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4
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El libro de Svendsen ha salido hace cosa de dos meses en Tusquets (octubre 2006)
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