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HERMENEUTAS
Publicado en El Correo, el 25.04.04
Hermeneutas
A primera vista parece pertinente la pregunta que muchos se están haciendo: ¿autoriza el Corán la violencia contra los infieles? Todos, en realidad, quisiéramos saberlo para tomar posiciones, o para aclarar las causas de esta cascada de sangre. Y legiones de curiosos se lanzan a las páginas del texto sagrado que, como todos los textos sagrados, igual vale para un roto que para un descosido. Los libros fundacionales deben ser ambiguos por naturaleza. Han de hablar con la intrigante vaguedad de aquella sibila que presagió al guerrero “Irás no volverás”, para que el destino pusiera la coma donde conviniera y le diese la razón de todas formas. Legiones de curiosos hacen cursos acelerados de islamismo, preguntan a los exégetas y hermeneutas coránicos qué hay de cierto en esas suras donde parece leerse una llamada al martirio o una declaración de guerra santa, pero que también podrían ser interpretadas como metáforas de la integridad doctrinal más incruenta. Pierden el tiempo. Peor todavía: han caído en la trampa. El solo hecho de formular una cuestión como esta supone colocarse en el terreno equivocado. El asesinato de unos semejantes no puede depender de la perfidia o la bondad del dios de turno, sino que ya está condenado por la moral laica, la única posible para encontrar el mínimo común denominador en este tiempo de mescolanzas para el que todos los gatos empiezan a adquirir un preocupante color pardo. La estimable corriente moderna de comprensión de las culturas ajenas ha engendrado un relativismo donde en nombre de la tolerancia todo es posible: desde comer con los dedos hasta practicar la antropofagia. Basta con que haya una creencia o una superstición secular respaldando el dislate de turno para que el buen ciudadano se la coja con papel de fumar por miedo a ser tildado de xenófobo. Los imanes responden mayoritariamente que no, que Alá condena el crimen, que el terrorismo atenta contra la ley de Mohamed. ¿Qué ocurriría si dijeran lo contrario, cosa perfectamente posible según las lentes con que se quiera interpretar el versículo de turno? ¿Habría que resignarse en nombre de la sagrada interculturalidad, habría que responder con otra cruzada de santo contraataque? Cuando se tienen a mano catecismos más explícitos como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sobran sacerdotes, escribas, apóstoles, teólogos y profetas. Sólo cuentan los individuos, acreedores del derecho a vivir y sujetos a la obligación de dejar vivir. Allá en los cielos de cada imaginario, que se las arregle cada tribu con su jefe. Pero mientras compartimos ciudadanía en este valle de lágrimas, la palabra de los dioses es papel mojado. La pronuncie un ayatolá o el papa de Roma.
José María Romera
25 abril 2004
2004-04-25 01:00 | 1 Comentarios
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