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{ Bitácora de José María Romera. Artículos de prensa y otros escritos }

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    ©2002 romera

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    Para resistirse a la manipulación



    Es difícil encontrar una sola persona que no haya sido alguna vez manipulada por alguien, no ya en ámbitos donde imperan relaciones de poder –la política, el consumo, la competencia profesional- sino en la misma convivencia ordinaria. Sin saber cómo, estas personas han acabado actuando conforme a la voluntad de otro y no según sus propios intereses. Unos reconocerán que son unos ingenuos y admitirán que la culpa es suya, por no mantenerse vigilantes y a la defensiva. Otros, en cambio, se sorprenderán de haber sido engañados pese a poner todos los medios para evitarlo, como si sus manipuladores fueran más inteligentes o más hábiles que ellos y de cualquier manera siempre les ganasen la partida.

    En parte es cierto que hay individuos especialmente dotados para manipular al igual que los hay más fácilmente manipulables. Pero lo común es que la manipulación no se manifieste de forma reconocible, sino disfrazada, disimulada, a veces de tal manera que ni siquiera el propio manipulador es consciente de estar aprovechándose de su víctima. Ocurre con frecuencia en las relaciones de pareja a partir del momento en que el amor se transforma en costumbre rutinaria y la mutua cooperación cede el paso a las pulsiones dominadoras. «Lo hago porque te quiero», «Es por tu bien», no son sólo fórmulas envenenadas tras las cuales se esconde la intención de anular al otro o de chantajearlo emocionalmente. En ellas suele haber también una manifestación de sinceridad, deformada y perversa, pero creída por quien las pronuncia. Eso es justamente lo que hace de la manipulación algo más insidioso y complejo que el simple engaño del que nos podemos zafar con un poco de astucia.

    Cuando alguien cae en la cuenta de que «se la han pegado» o «se la han dado con queso», es decir, de que ha sido manipulado, su primera reacción suele ser de ira. Causa más dolor saberse utilizado por alguien que el perjuicio que pueda habernos inferido ese abuso. En la partida de la existencia, a nadie le gusta admitir su derrota a manos de un tahúr más habilidoso. Después, al enfado le sucede el afán de revancha o, en sentido opuesto, el sentimiento de culpa, de frustración o de vergüenza. Todas son emociones y actitudes erróneas. La manipulación no se combate con la auto-manipulación (pues en eso, a fin de cuentas, es en donde cae quien se deja guiar por ellas).


    Ilustración de Martín Olmos

    El francés Philippe Breton, comunicólogo y especialista en estrategias argumentativas, propone un método más eficaz basado en tres principios: la objetivación, la escucha activa y la afirmación argumentada. En primer lugar se trata de identificar las situaciones tal y como son y no según la representación que nos hacemos de ellas ('objetivación'). Es preciso distanciarse de las respuestas violentas y situarse en un punto de cierta indiferencia (no en el sentido de pasividad, sino como actitud de frialdad suficiente para ver la realidad tal como es). Cuando alguien sospecha estar siendo manipulado, tiende a la indignación o a la respuesta acalorada, pero lo único que consigue así es descubrir sus puntos débiles, «entrar al trapo», perder la perspectiva. La objetivación supone, por tanto, el gobierno de las propias emociones para poner en su lugar la reflexión. Y ello vale tanto para el manipulado como para el manipulador, pues es frecuente que éste también se deje llevar por impulsos no controlados.

    En ocasiones es suficiente con este ejercicio de distanciamiento emocional. Pero ¿cómo hacer si el otro persiste en su intento de manipulación y, por más claro que lo veamos, nos acorrala con sus presiones? El segundo paso consiste entonces en dejarle hablar o actuar, tratando de captar su punto de vista pero, a la vez, estableciendo una mejor relación con él (‘escucha activa’). Suele creerse que el manipulador no merece ser escuchado, sino castigado. Estaría bueno que, además de vampirizarnos, se hiciera acreedor de nuestra empatía y de nuestra consideración, se dirán algunos. Pero la escucha activa es, entre otras cosas, una técnica de desarme. Cuando el manipulador se siente escuchado, acaba dándose cuenta de que no está ante una presa fácil, sino ante un receptor atento. Y es muy probable que decida no avanzar más por un camino que le va a poner en evidencia.



    El tercer paso, el recurso decisivo, es la argumentación. Cuando ya se han conseguido las condiciones necesarias para no dejarse imponer, hay que defender el punto de vista propio. Pero no se trata de invertir los papeles buscando la victoria aplastante sobre quien pretendía dominarnos, sino de afirmar nuestra identidad para robustecernos frente a posteriores intentos manipuladores, y también para acostumbrar al otro a alcanzar sus objetivos por métodos racionales.

    Evidentemente, la argumentación es un arte difícil para el que no basta con adoptar una actitud emocional serena o comprensiva, como en las fases precedentes. Por desgracia, en nuestro tiempo los mayores peritos en argumentación son precisamente los manipuladores, los interesados en embaucarnos, dominarnos, controlarnos o someternos. Han aprendido a emplear las falacias con que la publicidad vende sus productos o con que el político cautiva las voluntades de sus electores. Por eso hoy en día los sistemas de enseñanza empiezan a reconocer la importancia de incluir en sus programas el aprendizaje de las técnicas argumentativas, no sólo entendidas como recursos de la retórica, sino como habilidades para el buen trato humano y la mejora personal.


    La cita

    «La pasión de dominar es la más terrible de las enfermedades del espíritu humano» (Voltaire)

    Reflexiones

    «Cuando un loco o un imbécil se convence de algo, no se da por convencido él solo, sino que al mismo tiempo cree que están convencidos todos los demás mortales» (José Ortega y Gasset)

    «Sea como fuere lo que pienses, creo que es mejor decirlo con buenas palabras» (William Shakespeare)

    «A menudo se oye decir que no debe utilizarse la fuerza como argumento. Sin embargo, eso sólo depende de lo que se quiera probar» (Oscar Wilde)

    Publicado en El Correo, 12.10.05 y El Norte de Castilla, 14.10.05

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