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{ Bitácora de José María Romera. Artículos de prensa y otros escritos }

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    Glotones: los nuevos pecadores



    En uno de los pasajes de su Gargantúa y Pantagruel, Rabelais presenta al voraz Gargantúa ante la mesa, dando buena cuenta de «varias docenas de jamones, lengua de ternera ahumada, caviar, callos fritos y otros aperitivos surtidos». Al mismo tiempo, cuatro de sus sirvientes van metiéndole en la boca «paletadas de mostaza» que él acompaña de largos tragos de vino blanco, sin parar de comer y de beber hasta que empieza a «colgarle la barriga».

    Es una más de las innumerables estampas de la gula que nos han legado la literatura y el arte. Ante ella no sabemos si admirarnos o manifestar cierto asco, si envidiar al glotón o condenar sus excesos. Porque la gula, con su aspecto insolente pero también luminoso, siempre en la frontera entre lo repugnante y lo envidiado, es el espejo donde se reflejan muchos de nuestros deseos y de nuestros temores.

    La historia de la glotonería muestra cómo su consideración de pecado (uno de los siete pecados capitales para el cristianismo) ha ido variando a lo largo de los tiempos y no siempre de forma coherente. En su libro Gula (ed. Paidós, 2005), Francine Prose revisa su evolución pareja a las cambiantes obsesiones de las sociedades para concluir que, en cierto modo, nuestros sentimientos respecto a la comida excesiva son el reflejo de nuestra paradójica y contradictoria relación con el mundo.


    Ilustración de Martín Olmos

    Flaqueza humana, imperfección espiritual, pero también signo de poder y a veces incluso de energía y resistencia física, la gula ha sido tan condenada como venerada. Durante la Edad Media los argumentos dominantes para su rechazo se basaban en considerarla una especie de idolatría pagana, de adoración del estómago como si se tratara de un Dios. Pero a partir del siglo XVI empieza a perder parte de su estigma en nombre los emergentes valores del goce y la mundanidad. Para el cortesano renacentista, lo vituperable era el exceso, pero no la satisfacción.

    Es justamente en torno al nacimiento de la Edad Moderna cuando empiezan a aparecer los primeros escritos sobre salud y longevidad y con ellos la preocupación por la dieta y la buena nutrición. Por esta época Cervantes hace decir a Don Quijote en sus consejos a Sancho: «Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago». El clero, supuesto paradigma público de la virtud, sigue predicando el anatema de la gula pero en la práctica se erige como modelo proverbial de glotonería. Y es que, al igual que la lujuria y a diferencia de los otros pecados capitales (soberbia, ira, pereza...), la gula hunde sus raíces en la biología humana, en el propio instinto de supervivencia. ¿Cómo distinguir la frontera entre la necesidad y el exceso? ¿Quién es capaz de poner unos límites morales al placer cuando éste aparece como efecto colateral de una actividad necesaria?

    Pero es la aparición del ‘gourmet’ –pariente pero no hermano del ‘gourmand’, del tragaldabas-, producto del XVIII y del XIX, lo que otorga definitivamente al buen comer el prestigio del refinamiento intelectual. La nueva conciencia gastronómica, al principio poco preocupada en distinguir entre calidad y cantidad, absuelve finalmente a la gula. Ya no viene acompañada de aquella «alegría excesiva e indecorosa, grosería, suciedad, locuacidad y una incomprensible pesadez mental» con que la veía Tomás de Aquino, sino que, por el contrario, lleva el marbete de lo jovial, de la exquisitez y del buen gusto. Los grandes ágapes se convierten en acontecimientos sociales tanto más apreciados cuanto más largo y denso es el menú. Las ‘grandes bouffes’ de la nueva burguesía son remedos de las antiguas bacanales, pero ya no reciben la condena moral de la iglesia porque muchas veces entre los comensales se sienta el cura de la parroquia o el obispo de la diócesis. Como escribe Julio Camba en La casa de Lúculo o el arte de comer refiriéndose a los curas gallegos, «sus feligreses saben que el hombre más santo peca, por lo menos, diez veces al día, y les complace ver al párroco incurriendo en el pecado de la gula como una garantía de que no incurre en otros pecados».

    ¿Qué ha sucedido entonces para que la gula –y su representación externa, la gordura- vuelva a recibir la condena social, aunque esta vez en forma de «pecado laico», por así decirlo? Desde que nuestro cuerpo ya no nos pertenece -sino que es propiedad de la sociedad, de las marcas de ropa, de los comerciantes de la salud, de los creadores de patrones estéticos- el dedo puritano vuelve a señalar a las personas obesas como culpables de su aspecto, perezosas, descuidadas, incapaces de controlar sus impulsos y carentes de fuerza de voluntad. Es lo que Gisele Harrus-Révidi (Psicoanálisis de la gula;, ed. Trea, 2004) ha dado en llamar la «delincuencia alimentaria», la ruptura del equilibrio entre el yo y el cuerpo, entre lo nutritivo y lo pecaminoso.

    Paradójicamente, mientras la gula se convierte en el más imperdonable de los pecados contemporáneos, se alzan templos que la excitan y la exaltan, desde los rutilantes establecimientos de ‘fast-food’ hasta los restaurantes de alto copete. Pero en estos últimos la moda de las raciones minúsculas absuelve del exceso, es decir, de la falta moral. En el resto de los casos, y tal como ya supo ver el sociólogo Stanford M. Lyman hace tres décadas, «aunque la gula no esté proscrita por la ley penal, participa de las sanciones sociales e interpretaciones morales que gobiernan las orientaciones hacia quienes cometen delitos».


    14 septiembre 2005


    La cita

    «La gula es el pecado de los monjes virtuosos» (Honoré de Balzac)

    Reflexiones

    «La hora perfecta de comer es, para el rico, cuando tiene ganas, y para el pobre cuando tiene qué» (Luis Vélez de Guevara)

    «La gula empieza cuando no se tiene hambre» (Alphonse Daudet)

    «Felices los cerdos que ocupan todo su pensamiento en comer, y no hablan más que con la cola» (Jules Renard)

    Publicado en la sección 'Relaciones humanas' de El Correo, 14.9.05, en El Norte de Castilla, 16.9.05, y en Sur, 19.8.05

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